Echar demonios como signos del Reino. Ahuyentar los miedos, las tristezas, el mal, el odio, la desesperación…
Todo con el dedo de Dios que se convierte en nuestros dedos y los dedos de otras personas que creen y creemos en el poder del bien.
Un bien que es poderoso en el anonimato de nos saber una mano lo que hace la otra. En la humildad de reconocer que solos no podemos y que nos hemos de unir a otras personas de bien, de tanto bien.