Querido José Ignacio: He leído en RD su “Navidades heréticas”, reflexión sobre celebraciones navideñas que nacieron cristianas y han envejecido paganizadas.
Hay cosas que, por esenciales para la fe, el creyente necesita recordarlas, celebrarlas y guardarlas en el corazón. A ese ámbito de lo esencial pertenece confesar que la Palabra se hizo carne, o, como reza el humor de Cortés, que “el Verbo se hizo pis” en los pañales.
En su ensayo de cristología, La Humanidad nueva, resaltaba usted como empeño de toda la patrística “el esfuerzo por pensar simultáneamente divinidad y humanidad”, pensar un Jesús a la vez “carnal y espiritual, engendrado e ingénito”, a la vez Palabra eterna y niño que hace pis.
En su opinión, nuestras navidades habrían eliminado de su perspectiva la impotencia física del niño, su incapacidad expresiva, su necesidad de ser alimentado, de ser limpiado. Y en esa exclusión heterodoxa estaría la razón de la deformación padecida: “Nuestras navidades han eliminado todos esos aspectos negativos, para quedarse sólo con los positivos… En la dialéctica Dios-miseria la primera palabra ha borrado a la segunda”. Bajo esa luz, las nuestras serían unas “navidades heréticas”. Por decirlo con otras palabras suyas, las nuestras serían ‘navidades de derechas’, caracterizadas “por afirmar a Dios de manea exclusiva y negando al hombre”. Temo, sin embargo, que esa visión de las cosas sea sólo parcial. Lo normal será, creo yo, que quienes celebran la Navidad ‘sin hombre’, la celebren también ‘sin Dios’; y que quienes la celebran ‘sin Dios’, la celebren también ‘sin hombre’.
Necesitamos, P. José Ignacio, de alguien que nos ayude a tomar conciencia de nuestra poca fe, alguien que denuncie nuestro mísero compromiso con ella, nuestra ceguera para ver a los pobres y a Cristo, nuestra pereza para buscarlos y cuidarlos. Supongo que eso es lo que usted ha querido hacer al hablar de “navidades heréticas”.
Pero sus palabras de denuncia, hijas de la dialéctica Dios-miseria más que de la dialéctica Dios-hombre, implican juicios, condenas o exclusiones que hieren, no por lo que pudieran tener de proféticas, sino por lo que tienen de injustas: “Dios no nace en la catedral de Barcelona ni en la Sagrada Familia, sino en el Besós o en el Raval; ni nace en la Almudena sino en la Cañada real; ni nace en el Corte Inglés sino en una patera; ni nace en el Vaticano sino en la franja de Gaza…”. Supongo que la lógica permite añadir: Dios no nace en la catedral de Tánger sino en el bosque de Ben Yunes.
No tengo inconveniente, P. Faus, en que, por mi poca fe, se me considere excluido de una celebración cristiana de la Navidad. Pero yo no excluiría a ningún otro de los que en la catedral de Tánger han vivido el misterio del “Verbo que se hizo pis”, porque ellos saben de Cristo y de pobres, y no será el lugar de la celebración, por cuanto amplio y bello, el que cierre a la venida del Señor la casa de sus hijos.
P. D.: En la catedral estuvieron también los de las pateras.
Un abrazo.