La cultura del cuidado ha venido para quedarse y poco a poco va impregnando el corazón de la Iglesia en general y de la vida consagrada en particular. Muchas son las congregaciones religiosas inmersas en procesos de reconciliación institucional, en cambios de estructuras que favorezcan la vida, en caminos de formación para el cuidado comunitario y de buen trato entre sus miembros. Se trata así de acoger la vulnerabilidad de cada uno, de ser y reconocerse humanos, siempre con limitaciones, y de comprometerse con un nuevo modo de relacionarse más sano, más evangélico, más de Dios. Algo se nos ha colado por el camino y quizá el regalo que se nos brinda es volver a Jesús y a cómo Él se relacionaba con las personas.
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