AÑO SACERDOTAL

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Luis Manuel Suárez es misionero claretiano presbítero. Está al borde de los 40 años y mantiene intacta su ilusión, su amor a la misión y su confianza en la persona. Su responsabilidad se centra en la animación infantil, juvenil-vocacional… Tiene claro que este tiempo necesita signos claros, palabras veraces y paciencia… Es tiempo de sembrar…

Nos dice:

Soy un sacerdote claretiano. Han pasado ocho años y medio desde que fui ordenado. Por un lado parece poco tiempo; por otro, ya hay muchas cosas vividas. Ocho primaveras, ocho verano, ocho otoños… “cada día tiene su afán” (Mateo 6,34).
Recuerdo que un par de años antes de la ordenación, hice un curso en la Universidad sobre la “Teología del ministerio ordenado”. El mismo nombre me ayudó a comprender mejor mi vocación. “Ministro”, del latín “minister” = servidor. Y “ordenado” con un sacramento que cualifica para realizar una misión: servir al Evangelio de Jesucristo por medio de los Sacramentos, la Palabra y la Caridad. Y a lo largo de estos años, día a día, he podido ir dando y recibiendo a través de este servicio.
Servidor de los Sacramentos… Hacer lo que Jesús hizo y decir lo que él dijo para hacer presente a Dios en la vida de las personas. Al nacer a una nueva vida; al reconocerse pecador ante el Padre; al sentarse a la mesa de Jesús en comunidad; al unirse en pareja para crear una familia; al asumir la enfermedad y pedir la fuerza del Espíritu… Celebraciones llenas de vida donde el Dios de la Vida se hace presente con fuerza en las personas. Recuerdo muchos momentos… quizá algunos de los más fuertes están vinculados al sacramento de la reconciliación. Me acuerdo de una tarde en un pueblo de Perú, en una celebración comunitaria del perdón… una persona fue capaz de abrirse y reconciliar toda una vida. Y uno se siente pequeño, y resuenan en él aquellas palabras de San Pablo: “todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación” (2 Corintios 5, 18).
Servidor de la Palabra… Ayudar a que la Palabra, que es Dios, llegue a toda persona que viene a este mundo. Leyéndola y orándola, intentando vivirla, ofreciéndola, proclamándola, explicándola en las celebraciones o en la catequesis, confortando o confrontando con ella… Ir aprendiendo y anunciando que cada historia de la Biblia tiene que ver con nosotros, que “esa historia es nuestra historia” y que ilumina nuestras historias, para vivir el Reino que se nos regala. Si tuviera que decir una experiencia en que me he sentido especialmente como servidor de la Palabra, sería el “oratorio de niños”: acogerlos, prepararles para escuchar, leer la Palabra, comentarla, aplicarla a nuestra vida y orarla. Un pequeño gesto que se hace en el oratorio y que significa mucho: besar la Palabra y darla a besar.
Servidor de la comunidad en la caridad… Intentar acercar a Dios a la comunidad, y a la comunidad a Dios. Acompañar en el camino de crear lazos entre los seguidores del Maestro, enviados al mundo a vivir lo que Él vivió y a amar como él amó, especialmente a los más necesitados. Recuerdo muchos momentos conviviendo con personas y grupos, “de dentro” y “de fuera”: grupos de catequistas y de monitores, coros, personas mayores, amigos, amigos de amigos… Si tuviera que destacar un ámbito en el que me sentí servidor de la comunidad con mucha claridad, diría que fue con un grupo de familias de una parroquia en la que estuve varios años: entre todos formamos una familia más amplia, unida por la fe y otros intereses comunes, en la que el servidor era también servido.
Y en esto se resume casi todo. Servir al Evangelio de la Vida en sus múltiples formas, en las distintas estaciones del año y de la vida… ese es la vocación a la que el Señor me ha llamado, en comunidad, y en la que yo intento responderle, en camino. Gracias. Confío.
 

SERVIDOR del EVANGELIO de la VIDA