Amigos de los pobres

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Gonzalo Fernández Sanz

Director de VR

Muchos pensaban que el primer documento magisterial del papa León XIV sería sobre la inteligencia artificial. Sin embargo, la exhortación apostólica Dilexit te trata “sobre el amor hacia los pobres”. Como el mismo Papa aclara en la introducción, su texto es una herencia recibida del papa Francisco. Prosigue la senda abierta por la encíclica Dilexit nos “sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo”.

León XIV comparte el deseo del papa Francisco “de que todos los cristianos puedan percibir la fuerte conexión que existe entre el amor de Cristo y su llamada a acercarnos a los pobres”. No podemos convertir esta polaridad evangélica en un dilema irreconciliable.

En el capítulo III de la exhortación −titulado “Una Iglesia para los pobres” (nn. 35-81)− el Papa menciona los nombres de no menos de 25 religiosos y religiosas que a lo largo de la historia se han distinguido por su entrega a los pobres: mendigos, cautivos, enfermos, hambrientos, esclavos, sintecho, emigrantes, etc.

Bastantes de ellos y ellas han fundado instituciones para atenderlos y acompañarlos. Hoy muchos de nuestros lectores forman parte de estas órdenes y congregaciones. A ellos y a todos nosotros van dirigidas las palabras interpelantes con las que el papa León XIV cierra el capítulo tercero de su exhortación:

“Los movimientos populares, efectivamente, nos invitan a superar ‘esa idea de las políticas sociales concebidas como una política hacia los pobres, pero nunca con los pobres, nunca de los pobres y mucho menos inserta en un proyecto que reunifique a los pueblos’ (Papa Francisco). Si los políticos y los profesionales no los escuchan, ‘la democracia se atrofia, se convierte en un nominalismo, una formalidad, pierde representatividad, se va desencarnando porque deja afuera al pueblo en su lucha cotidiana por la dignidad, en la construcción de su destino’ (ibíd.). Lo mismo se debe decir de las instituciones de la Iglesia”.

Hace años se hablaba con fuerza de “la opción preferencial por los pobres”. Muchas congregaciones religiosas hicieron apuestas valientes. Otras se desangraron en luchas internas que impidieron un discernimiento sereno y paralizaron la acción. Se entró luego en una etapa de serenidad que muchos interpretan, más bien, como cansancio o abandono. ¿No habrá llegado la hora de volver a preguntarnos en serio, sin estériles polémicas, si somos de verdad “amigos de los pobres”? ¿No puede constituir la exhortación Dilexit te un fuerte revulsivo para despertarnos de una vida religiosa demasiado encerrada en su burbuja de comodidad y distancia?

No se trata solo de servir a los pobres (eso nunca han dejado de hacerlo las diversas formas de vida consagrada), sino de ser sus amigos, de hacernos de su clase, de mirar el mundo desde su lugar, de compartir sus luchas y sus esperanzas.

El despojo que muchas congregaciones viven en la actualidad a causa de la disminución y el envejecimiento nos coloca en una situación de menesterosidad en la que, sin artificios, podemos sentirnos más cerca de quienes siempre han vivido instalados en ella.

Podríamos decir que, sin esperarlo −y tal vez sin desearlo− cada vez somos más pobres y, por tanto, más solidarios con quienes no disponen de recursos para sobrevivir o hacerse valer. El Papa termina su exhortación con unas palabras que señalan un luminoso camino de futuro:

“El amor cristiano supera cualquier barrera, acerca a los lejanos, reúne a los extraños, familiariza a los enemigos, atraviesa abismos humanamente insuperables, penetra en los rincones más ocultos de la sociedad. Por su naturaleza, el amor cristiano es profético, hace milagros, no tiene límites: es para lo imposible. El amor es ante todo un modo de concebir la vida, un modo de vivirla. Pues bien, una Iglesia que no pone límites al amor, que no conoce enemigos a los que combatir, sino solo hombres y mujeres a los que amar, es la Iglesia que el mundo necesita hoy”.

Podríamos añadir que una vida consagrada que “no conoce enemigos a los que combatir, sino solo hombres y mujeres a los que amar” es el tipo de vida que la Iglesia y el mundo necesitan hoy.

El reciente Jubileo de la Vida Consagrada, del que damos cumplida cuenta en este número, nos indica que, siendo “amigos de los pobres”, siempre podremos superar el escepticismo que nos amenaza para ser verdaderos “peregrinos de esperanza”.