ADVIENTO: VEN SEÑOR, Y QUE SE ACABEN LAS GUERRAS

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Adviento, venida del Señor. El Señor viene y parece que todo sigue igual. Las guerras entre las naciones, las enemistades entre los pueblos, las rencillas vecinales, los malentendidos familiares, la dificultad de entenderse incluso en los grupos religiosos y en la propia Iglesia, las decepciones y dificultades personales. No está mal que durante este adviento pidamos, en nuestra oración, que se terminen todas estas guerras mayores y menores. Pero sin olvidar que la oración no es un recurso mágico, sino un compromiso personal. El que pide no espera pasivamente que Dios le resuelva los problemas, sino que se sitúa delante de Dios para sentir el estímulo divino, que le mueve a resolver él los problemas en la medida de sus fuerzas y posibilidades.

El adviento nos habla de una triple venida del Señor. Hace dos mil años, en Belén de Judá, nació Jesús, el hijo de María. La fe cristiana afirma que este Jesús es el Hijo de Dios y por tanto que, en el acontecimiento de su venida al mundo, Dios mismo se ha hecho uno de nosotros para que nos resulte fácil ver, en uno de nuestra carne, los caminos de Dios que estamos invitados a seguir. Este mismo Jesús, que un día vino en la humildad de nuestra carne, volverá al final de los tiempos, lleno de gloria y majestad, para dejar claro lo que de verdad vale, lo que Dios aprueba, lo que Dios acoge y lo que Dios quiere, a saber, la verdad, la justicia y el amor. Si esta segunda venida es calificada de juicio por el Credo de la fe cristiana, es para dejar claro que, a los ojos de Dios, no todo vale igual y que hay una distancia inmensa entre el bien y el mal. Sin duda, el criterio de este juicio será el amor, pero precisamente porque el amor será lo determinante, también podemos esperar que en el juicio se manifestará la misericordia.

Finalmente hay una tercera venida, que se sitúa entre la primera en la humildad de nuestra carne y la última con gloria y majestad. El Señor está viniendo permanente a nuestras vidas, en cada persona y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y, por el amor, demos testimonio de la llegada gloriosa de su reino (tal como dice el tercer prefacio de adviento). En este adviento estamos invitados a descubrir su permanente presencia en los hermanos y a buscar en la oración estímulo y fuerza para ser no sólo sus testigos, sino también sus manos, sus pies, su corazón y su mente allí donde haya una necesidad; para ser, en suma, la prolongación del misterio de la Encarnación, solidarizándonos con tantas personas que, sabiéndolo o sin saberlo, anhelan encontrarse con el Señor Jesús.