Dios baja a ese suelo que huele a campo, a oveja, a entrega, a perdón, a servicio, a hermano, a amigo. Sí, ese es el Dios que viene. El mismo que es capaz de convertir el desierto de mis noches en estanque soleado. El mismo que tiene poder de poner luz en las oscuridades y tinieblas de mi debilidad. El mismísimo Dios que con su gracia, transforma en fidelidad los instantes de mi traición, infidelidad y corrupción.
Dios viene. Se hace camino. Y caminante. Y sólo por con Él, con Él y en Él, las preguntas de la vida, de la fe, se vuelven respuestas. La lejanía, la ausencia, la distancia, el olvido, se transforma en cercanía fecunda. La sed de estar en equilibrio, ser convierte en agua fresca y limpia. La oscuridad y la soledad, se transfigura en resplandor, en luz.
Sí, Dios viene. Y nos lo encontramos de camino