Aceptando Cookies

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Quien quiera conectarse a una página de Internet, tiene que superar una etapa previa en la que se le pedirá que tome una decisión que podría formularse así:

“¿Estás dispuesto a aceptar mis cookies?”. Lo mismo que el ángel a la puerta del paraíso, ellas custodian el jardín de la página y no tenemos escape: o les damos un sí hasta que el cierre de la sesión nos separe, o nos quedamos fuera.

La primera vez que oí hablar de cookies creí que se trataba de una clase de galletas y tardé en enterarme de que son ficheros de datos a través de los cuales el servidor (ojo a la palabra, que tampoco es lo que parece…) se entera de quién eres y qué haces, y aprovecha para colarte la publicidad sin que puedas protestar porque has sido tú quien libremente lo has aceptado. “Tiene delito”, como dicen los andaluces, que precisamente en estos tiempos líquidos en los que se huye de compromisos y vinculaciones, estemos constantemente obligados a tomar decisiones y aceptar sus consecuencias.

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