A PIE DE CALLE

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PASIÓN POR LA ROJA

Pocos momentos de la historia nos permiten contemplar un fenómeno de masas como el que vivimos estos días en España. Seguro que los sociólogos realizaran los estudios pertinentes y nos dirán qué hay debajo de este acontecimiento. Los que no somos duchos en la materia podemos decir, entre la admiración y el desconcierto, que no tenemos muchas palabras para describir y explicar esto. Pocos hechos, por no decir ninguno, han conseguido que una sociedad fragmentada como es la nuestra, se reuniese en torno a unos colores, un equipo, una gesta, un himno.
Las arterias de la capital, y de muchos pueblos y ciudades, están teñidas de rojo. Familias enteras: matrimonios, abuelos, nietos, riadas de jóvenes… en ambiente de fiesta y celebración, sin preguntas ni sospechas. Todos felices por la misma causa. En las diferentes consignas publicitarias rezaba: “Nada es imposible”; “Pasión por la roja”… Frases que evocan ilusión, posibilidad, afirmación, creencia en el esfuerzo, en el trabajo en grupo, en la generosidad… y ahí, curiosamente, es donde he encontrado algunas claves para la vida consagrada. Nosotros con un lenguaje tan cuidado referido a la comunión también podemos aprender de un pueblo que sencillamente se echó a la calle para expresar la emoción de sentirse pueblo.
Los medios de comunicación, cuando hablan de los campeones del mundo, nos dicen que son ejemplo y testimonio para los jóvenes, también para políticos y otros sectores de la población, añadiría. Tal vez lo sean porque han aglutinado sentires diversos, colores opuestos y a veces excluyentes, geografías condenadas a entenderse… Nuestra España felizmente, y por unas horas, se ha olvidado de la terrible división ideológica, de la lacerante crisis económica, y de los anacronismos divisorios que no la dejan ser. Un grupo de jugadores jóvenes han hecho que nadie se sienta excluido de la fiesta, que todos estén representados, que por un día no haya personalismos, que brille el grupo, el conjunto, el equipo. De nuevo valores que los consagrados manejamos frecuentemente.
Nuestras congregaciones y casas no siempre expresan bien la inclusión, seguimos siendo cicateros con el otro que no es como yo, que no piensa, vive y respira como yo… tal vez hemos formado grupos, para algunas cosas hemos llegado a ser un equipo. Todavía tenemos que perder mucho protagonismo para llegar a ser comunidad.