Pocos momentos de la historia nos permiten contemplar un fenómeno de masas como el que vivimos estos días en España. Seguro que los sociólogos realizaran los estudios pertinentes y nos dirán qué hay debajo de este acontecimiento. Los que no somos duchos en la materia podemos decir, entre la admiración y el desconcierto, que no tenemos muchas palabras para describir y explicar esto. Pocos hechos, por no decir ninguno, han conseguido que una sociedad fragmentada como es la nuestra, se reuniese en torno a unos colores, un equipo, una gesta, un himno.
Las arterias de la capital, y de muchos pueblos y ciudades, están teñidas de rojo. Familias enteras: matrimonios, abuelos, nietos, riadas de jóvenes… en ambiente de fiesta y celebración, sin preguntas ni sospechas. Todos felices por la misma causa. En las diferentes consignas publicitarias rezaba: “Nada es imposible”; “Pasión por la roja”… Frases que evocan ilusión, posibilidad, afirmación, creencia en el esfuerzo, en el trabajo en grupo, en la generosidad… y ahí, curiosamente, es donde he encontrado algunas claves para la vida consagrada. Nosotros con un lenguaje tan cuidado referido a la comunión también podemos aprender de un pueblo que sencillamente se echó a la calle para expresar la emoción de sentirse pueblo.
Nuestras congregaciones y casas no siempre expresan bien la inclusión, seguimos siendo cicateros con el otro que no es como yo, que no piensa, vive y respira como yo… tal vez hemos formado grupos, para algunas cosas hemos llegado a ser un equipo.