Gonzalo Fernández Sanz
Director de VR
Las palabras “jubileo” y “esperanza” se van a repetir hasta la saciedad en los próximos meses. Es bueno ser conscientes de ello para impedir que estas flores hermosas se marchiten antes de tiempo. 2025 es Año Santo. El calendario está repleto de grandes eventos jubilares, de los que nos hacemos eco al final de este número. El jubileo de la vida consagrada tendrá lugar los días 8 y 9 de octubre. Solo una mínima parte de los consagrados podrá viajar a Roma. Dondequiera que estemos, lo que cuenta es acoger el júbilo de este año de gracia instituido “para dar la buena noticia a los pobres, curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad” (Is 61,1).
Es probable que nos sintamos llamados a ser mensajeros de este gozoso anuncio a los pobres, pero no deberíamos olvidar que, antes que mensajeros, somos destinatarios. Nosotros, hombres y mujeres de la vida consagrada, somos esos “corazones desgarrados” que necesitan también ser curados por el Espíritu de Dios. Nuestra fragilidad personal e institucional nos pone en la fila de los pobres que esperan la buena noticia de que Dios no se ha olvidado de nosotros. Para poder ser mensajeros de alegría, debemos experimentar primero la alegría en nuestros corazones. Tendremos muchas oportunidades de gracia a lo largo de este año jubilar. ¡Aprovechémoslas! En este número de la revista ofrecemos algunas claves para acoger estas oportunidades con gratitud.
El lema del Jubileo nos viene como anillo al dedo: “peregrinos de esperanza”. Es probable que haya muy pocos consagrados desesperados, pero menudean los desesperanzados. El horizonte que se vislumbra para los próximos años es neblinoso. Resulta muy fácil abandonarse a actitudes de desesperanza, resignación y pasividad, pero estas actitudes no llevan a ninguna parte.
¿Por qué no contemplar el futuro, más bien, como una oportunidad para peregrinar en esperanza? Solo esperamos en Dios cuando caemos en la cuenta de que el futuro no está en nuestras manos, de que no se trata solo de lo que nosotros podemos imaginar y hacer (futurum), sino de lo que Dios quiere regalarnos (adventus). La Navidad que acabamos de celebrar nos recuerda que Dios planta su tienda en el territorio de la fragilidad. Es un peregrino más que nos acompaña en el camino de la vida, sobre todo cuando atravesamos “cañadas oscuras”. Muchos o pocos, jóvenes o ancianos, culturalmente homogéneos o diversos, podemos vivir con esperanza y alegría si sabemos a Quién hemos entregado nuestra vida y estamos convencidos de que el que ha inaugurado entre nosotros esta buena obra, “la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús” (Flp 1,6).
En sintonía con la Iglesia que peregrina, 2025 puede ser el año en que la vida consagrada abandone las lamentaciones y se abra al futuro que Dios quiera con humildad y esperanza. Como el anciano Simeón, podemos decir: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz porque mis ojos han visto a tu Salvador” (Lc 2,29-30). Y como la vieja Ana, estamos llamados a alabar a Dios y a hablar del niño a todos los que aguardan la liberación de Jerusalén (cf. Lc 2,38). Simeón y Ana son dos modelos de esperanza en el umbral de la ancianidad.
Con el comienzo del año jubilar hemos renovado algunas de las seis firmas que nos acompañan y hemos abierto una nueva sección titulada “Herramientas para la vida comunitaria”. Su objetivo es ayudarnos a pasar del qué debemos hacer al cómo podemos hacerlo. Es verdad que llevamos décadas hablando de un cambio de paradigma en la vida consagrada y de la necesidad de renovar y simplificar los instrumentos de animación que en otros tiempos fueron útiles. Pero no basta la reflexión teórica. A andar se aprende andando (learning by doing, dicen los ingleses).
Hay herramientas sencillas que, bien utilizadas, pueden ayudarnos a hacer del don de la comunidad una obra permanente. No es justo que, por cansancio o desidia, malogremos algo tan hermoso como el don de vivir juntos y la tarea de aprender a ser hermanos o hermanas.