Considera quién es el que dice: “Yo soy”. Aquel día, en la orilla del lago de Tiberíades, lo dijo Jesús de Nazaret. Hoy, a la comunidad reunida para celebrar los misterios de la redención, nos lo dice el Señor resucitado. Que al acoger su mensaje, tu fe no olvide la gloria del mensajero que nos lo trae. Entonces, en aquella orilla, y ahora, en tu celebración, quien habla es la Palabra que todo lo ha creado, quien se revela es la Luz de Dios hecha luz del mundo, quien te visita es la Vida eterna, entregada por el amor de Dios para que sea tu Vida.
Considera ahora lo que dice: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”. Entonces, los que tenían la certeza de saber quién era Jesús, porque conocían a su padre y a su madre, se escandalizaron de lo que Jesús les decía, y cerraron la propia vida a la fe en él. ¡Porque saben, no creen! Lo que saben, los aparta de lo que no saben. Lo que viene de la tierra, los aparta de lo que viene de lo alto. Lo que tienen, los aparta de lo que necesitan. ¡Porque saben, la Vida, que para ellos viene de Dios, pasará a su lado y no la recibirán!
Ahora, Iglesia de Cristo, déjame imaginar tu encuentro con tu Señor en la eucaristía. Las palabras que tú oyes son las mismas que oyeron los que no creyeron: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”. Pero tú, por la fe, las guardas en el corazón, y en el corazón se te hacen deseo de comer ese pan, hambre de vida eterna, esperanza de comunión con el que es la resurrección y la vida. Comerás, y con la fuerza de ese alimento celeste subirás hasta Dios. Gustarás en el sacramento el pan de la vida, y en el pan que has gustado conocerás la bondad del Señor: “¡Dichoso el que se acoge a él!”
Pero aún son muchos los misterios que encierran las palabras que has guardado en el corazón, y habrás de meditarlas si quieres asomarte a ellos.
Al decirte, “yo soy el pan”, el Señor resucitado te dice: «Yo soy para ti», pues el pan no existe para sí mismo, sino para quien de él se alimenta. Cree, come, y aprende, comiendo, a ser por entero de aquel que entero se te ha dado para que comieses.
Al decirte, “yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”, también te ha dejado memoria de su abajamiento, hasta el anonadamiento, hasta lo hondo tu vida, hasta lo hondo de tu muerte. La Palabra que estaba junto a Dios, la Palabra que era Dios, se hizo Palabra junto a ti, Palabra para ti, Pan para tu mesa. Pan, he dicho, y nunca hubiera podido decirlo si él no nos lo hubiese revelado, pues si Cristo es pan para nosotros, siendo más que nosotros por ser del cielo, siendo uno de nosotros por ser de la tierra, se ha hecho el último de todos, siervo de todos, al hacerse alimento para todos.
Porque has conocido quién es el Señor para ti, porque has creído en él, has conocido cuál es la vocación a la que has sido llamada: ser, como Cristo, pan sobre la mesa de los pobres, sierva de todos, la última entre los últimos de la tierra.
Feliz domingo.