miércoles, 24 abril, 2024

No pongáis triste…

San Pablo nos deja hoy con la boca abierta por la claridad (casi siempre la tiene) cuando se dirige a la comunidad de Éfeso. 

En positivo les habla del amor que se han de tener imitando así la generosidad sin límites del gran amante Jesús, que se regaló hasta el extremo de partirse vivamente… Hasta aquí nada nuevo, dirían algunos.

Pero lo que es absolutamente conmovedor es que nuestra amargura, nuestro estar irritados, nuestros gritos, cólera e insultos, nuestras maldades, ponen triste al Espíritu Santo. 

El que es fuente de consuelo y de profunda alegría, de anuncio de la Buena Noticia, se entristece con nuestras propias contiendas y riñas. Nuestra amargura puede llegar a rebosar para volcarse en la Fuente de la vida. Y sin ese Espíritu ya nada tiene fuerza o capacidad de perdón. La comunidad se convierte en una sala de la tele en la que no nos hablamos porque preferimos el silencio de sepulcro blanqueado o la caricatura de unas relaciones formalmente anodinas. 

El Espíritu se entristece en nuestras miserias, pero Él también es el único que nos puede llevar por el camino de la «generosidad y la ternura». El que infunde calor de vida en el hielo, el de los siete dones, tiene la capacidad de enternecernos generosamente. 

Por eso, hay que dejarse en este Espíritu, creer (quizás inocentemente) en su capacidad de renovación. Y ver, con esos ojos de los que tienen un corazón limpio, la bienaventuranza siempre posible de la marca indeleble en la que vivimos, nos movemos y existimos. 

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