Quisiéramos ver a Jesús:

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Los griegos de los que habla el evangelio dijeron al apóstol Felipe: “Quisiéramos ver a Jesús”. Y nosotros podemos entender que deseaban encontrarse con Jesús, hablar con él, tal vez creer en él, servirle, seguirle. Que sería algo así como desear ver lo que no está a la vista, lo que pertenece al misterio.

Por eso, el evangelista, en vez de informar sobre un eventual encuentro de Jesús con aquellos griegos, pone delante de ellos y de nosotros el misterio que andan buscando: lo que de Jesús todavía no se puede ver.

Para que alguien pueda ver a Jesús, será necesario que el Hijo del hombre haya vivido entera la hora de su glorificación: caer en tierra, morir, dar fruto…

Entonces, sólo entonces, se hará posible verle: “Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto”. Aquí se habla de morir y fructificar, morir uno y nacer muchos, y ya nos damos cuenta de que se puede ver a Jesús sin nacer de Jesús, se puede ver a Jesús sin encontrarse con Jesús, se puede ver a Jesús sin creer en Jesús; nuestra petición hoy, como la de aquellos griegos ayer, aunque sólo diga “quisiéramos ver a Jesús”, dice que queremos creer en él, encontrarle a él, ¡nacer de él!

¡No basta con ver para ver! A Jesús lo vieron escribas y fariseos, y lo persiguieron; lo vio el sanedrín, y lo declaró reo de muerte; lo vio Herodes, y se burló de él; lo vio Pilato, y lo condenó.

¡Hace falta nacer! Trigo que nace de trigo; cristos que nacen de Cristo. ¡Sólo si naces, has visto! Esto es lo que pertenece al misterio.

Ahora considera lo que vives en el sacramento de la Eucaristía. En él haces memoria de la entrega de Cristo: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre”. En él haces memoria del sacrificio de Cristo, del grano de trigo que, caído en tierra, muere y da fruto. Tú, asamblea santa, eres el fruto de Cristo, tú has salido de Cristo, tú eres atraída por Cristo, tú vuelves a Cristo: muchos son los que han nacido de uno, y todos volvemos, por la comunión, a ser uno en aquel de quien hemos nacido.

Un sueño: Un solo rebaño y un solo pastor, los que ya creen y los que todavía no han visto al Señor, los que han oído su nombre y los que lo aman sin conocerlo. Que todos, Señor, volvamos a sentirnos carne de tu carne, ¡todos!

Una sorpresa: La de saber que eras tú quien llamaba a mi puerta necesitado. Entonces descubrí otro modo de verte, de encontrarte, de comulgar contigo: Ver a los pobres, encontrarlos, comulgar con ellos, hacerme uno con ellos.

Un secreto: Para ver a Jesús, basta el amor.

Feliz domingo.

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