ESPERAR LO INVISIBLE

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En el próximo número de la revista Vida Religiosa el Cardenal Maradiaga nos ofrece una propuesta de Lectio divina en torno a la esperanza. Sus palabras adquieren especial significación porque es consciente de que su vida corre peligro. Su firme apuesta por la verdad puede traer consecuencias para su vida. El apóstol, como el consagrado, tiene que saber en Quíén apoya su esperanza, más allá del poder de quienes pueden "matar el cuerpo".

Ofrecemos en nuestra web un extracto del artículo que tendrán completo en la Revista.

 

" La esperanza cristiana implica la lucha diaria contra la muerte. Así, la esperanza cristiana muestra su credibilidad y, lejos de convertirse en un fácil consuelo, se convierte en un elemento críticamente liberador.
Y al mismo tiempo, la esperanza ni suprime el pensamiento ni ofrece fáciles seguridades, precisamente porque la fe, y la esperanza que en ella se apoya, escapa a la certeza de la razón y a la evidencia de la sensibilidad.
Sí, la esperanza ofrece una seguridad, la seguridad de que Dios es fiel, tal seguridad convive con la inquietud que supone el que Dios siga siendo siempre un misterio que nunca acabamos de desvelar.

Lo que sí es cierto, citando al poeta español Joan Maragall: «Me parece que, a medida que se siente más fuerte el Reino de Dios en la tierra (‘Adveniat regnum tuum, sicut in coelo et in terra’), uno mira menos hacia atrás y no necesita saber si todo procede de un castigo, porque está fascinado por la gloria que tiene ante sí y por el amor que siente dentro de sí».

La esperanza tal como nos la presenta san Pablo es una espera y un anhelo paciente, disciplinado, confiado del Señor como nuestro salvador. Esperar es ser atraído por la meta y lanzarse a ella, es un mantenerse en este dinamismo.
La esperanza muestra su vitalidad perseverando en la espera, en el soportar pacientemente las tensiones entre el ahora, cuando sólo caminamos guiados por la fe y la vida futura.

Este perseverar es algo activo pues sirve para «esperar». Aunque el aguardar va unido también a padecimientos, a éstos se les considera positivamente como «dolores» que anuncian el «renacimiento». Por eso los que esperan están consolados y confiados. Esperar es un aguardar disciplinado. Por eso a la exhortación de 1Pe 1,13: «poned vuestra esperanza sin reservas en el don», le precede ésta otra: «ceñíos los lomos», es decir, estén preparados para partir. Esto implica la renuncia radical a todos los cálculos sobre el futuro, el respeto humilde de los límites puestos a nuestro conocimiento y además el sometimiento de nuestros deseos a las exigencias de la lucha que nos toca.
La meta de la esperanza nos llama a «vigilar y orar». El que lucha por una corona eterna se impone la renuncia necesaria. La esperanza se hace motivo de purificación personal, espolea a procurar la santificación, sin la que nadie puede contemplar a Dios.
El apóstol, poseído del anhelo de llegar al Señor, busca su honor en agradarle (2Cor 5,8s). La esperanza exige mantenerse sin titubeos en la profesión de la fe en Él (Hb 10,23) y estar pronto a responder a cualquiera que nos pregunte por las razones de nuestra esperanza (1Pe 3,15).

En último término, la esperanza es un aguardar alegre. Da ánimo y fuerza. Protege al hombre interior como un casco a la cabeza (1Ts 5,8). Como un ancla asegura el barco, así asegura nuestra vida la esperanza que nos une a Cristo, el sumo sacerdote que ha entrado una vez y para siempre en el santuario del cielo (Hb 6,18s)".