En el domingo de la Presentación del Señor nos encontramos con un personaje misterioso, pero también cargado de esperanza: Simeón. Él tenía el don de la espera. De saber que lo oído como promesa es también realidad que va llegando sin saber cómo o cuándo. Sus ojos seguro que vieron cosas hermosas y también duras. Pero esas pupilas supieron filtrar la luz de millones de maneras diferentes para poder mantener el deseo del esperado. Y el tiempo se cumplió como en Belén, como en Galilea, como en Jerusalén. El tiempo se hizo luz plena para él y comprendió, con los ojos del corazón, que su vida ya se había plenificado, hasta tal punto que ya se podía ir en paz. Se podía retirar de aquella fijación al Templo y podía volar libre por los lugares a los que le había de conducir aquel niño presentado entre pichones y palomas. Volemos también nosotros buscando la luz que viene de lo alto y habita en medio de nosotros… Según su promesa
Steve Niskanen, CMF
La vida consagrada de los Estados Unidos no siempre es bien conocida por los consagrados de otras latitudes. El claretiano Steve Niskanen,...