En el domingo de la Presentación del Señor nos encontramos con un personaje misterioso, pero también cargado de esperanza: Simeón. Él tenía el don de la espera. De saber que lo oído como promesa es también realidad que va llegando sin saber cómo o cuándo. Sus ojos seguro que vieron cosas hermosas y también duras. Pero esas pupilas supieron filtrar la luz de millones de maneras diferentes para poder mantener el deseo del esperado. Y el tiempo se cumplió como en Belén, como en Galilea, como en Jerusalén. El tiempo se hizo luz plena para él y comprendió, con los ojos del corazón, que su vida ya se había plenificado, hasta tal punto que ya se podía ir en paz. Se podía retirar de aquella fijación al Templo y podía volar libre por los lugares a los que le había de conducir aquel niño presentado entre pichones y palomas. Volemos también nosotros buscando la luz que viene de lo alto y habita en medio de nosotros… Según su promesa
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