La sabiduría es aceptar que el tiempo no se estira, que es increíblemente breve y que, por eso, tenemos que vivirlo con el mejor equilibrio posible. La gestión del tiempo es un aprendizaje que necesitamos hacer. En el tiempo, a veces, es más importante saber terminar que empezar, y más vital suspender que continuar. Pero hasta ese ejercicio de interrumpir un trabajo para pasar al reposo no nos es fácil, al menos en cierta edad. Esto implica, no es raro, un ejercicio de desprendimiento y de pobreza. Aceptar que no alcanzamos todos los objetivos que nos habíamos propuesto. Aceptar que aquello a donde llegamos es todavía una versión provisional, inacabada, llena de imperfecciones. Aceptar que nos faltan las fuerzas, que hay una frescura que no obtenemos mecánicamente y por mera insistencia. Aceptar que, mañana, tendremos que recomenzar de cero. Creo que el momento de cambio ocurre cuando miramos de otra forma lo inacabado, no solo como indicador o síntoma de carencia, sino condición inexcusable del propio ser. Ser es habitar, en creativa esperanza, el inacabamiento que es la expresión más normal de la vida.
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