miércoles, 24 abril, 2024

LA NECESARIA ATENCIÓN A LOS TRAYECTOS DE LOS JÓVENES CONSAGRADOS

Nuestro error es ser máquinas de acción pastoral, el joven necesita ver trayecto con él

Beatriz Hernández Arsuaga. Tiene 40 años y es de Santander. Josefina Trinitaria desde hace siete años. Profesora de religión y matemáticas.  Estudia Ciencias Religiosas y un Máster de Pastoral.

Para ti, ¿qué es lo más atractivo de tu vida en tu institución?

A lo largo de todo mi discernimiento vocacional, siempre he tenido dentro un indicador muy fiable. A pesar de las dificultades, dudas, enfados, incomprensiones, siempre he tenido paz interior que me dice “estás en el sitio correcto”. La vida comunitaria es otro de los atractivos: por un lado inquieta, dificulta, agota; pero, por otro, engancha, enriquece, ayuda y da vida. Otra de las cosas que me atrae de mi vida es que, en medio de esas “supuestas renuncias” de las que todo el mundo se hace eco al referirse a la vida consagrada y que yo he dejado en un segundo plano o, incluso, olvidadas, se puede ser feliz; y esto atrae, interpela, porque la gente se pregunta –¿y por qué?– y se genera un interés por conocer nuestra vida, algo que considero muy importante para evitar “falsas ideas sobre nuestra vocación”.

¿Son los carismas imposibles para esta cultura?

Rotundamente no; todo lo contrario, cada vez estoy más convencida de que la riqueza de los carismas es algo muy necesario en nuestro mundo. Concretamente, del mío, destacaría los valores de la familia de Nazaret: acogida, sencillez, trabajo, humildad, alegría… ¿no es cierto de la urgencia de todo esto en nuestra sociedad, en nuestro entorno?

¿Dónde crees que deberíamos incidir más para conectar con los jóvenes, sus esperanzas y necesidades?

Quizá hemos caído en el error de ser “máquinas” de organizar actividades pastorales, pero la persona necesita una continuidad en su historia personal, un “estar más cerca” para que nos deje pisar “su tierra sagrada”. Creo que deberíamos acompañar más en el día a día, pero no tanto en medio de las prisas de las clases de matemáticas, sino dedicando tiempo, provocando encuentros, creando espacios distendidos donde poder encontrarnos con ellos, donde poder dialogar en el “tú a tú”, siendo “normales” (ellos marcan muchas distancias cuando nos empeñamos en mostrarnos “raros” para mal-diferenciarnos); en cambio, cuando te muestras con normalidad, sienten curiosidad por conocer eso que nos diferencia, y, a la vez, ellos se abren y se estrechan las relaciones.

¿Crees que la institución está dispuesta a hacerse posible para una persona joven?

La losa del “siempre se ha hecho así”, lamentablemente, sigue estando; y esto dificulta, en bastantes ocasiones, el poder ser o hacer de otra manera. Es normal, chocan las generaciones en las comunidades como chocan en las familias los padres y los hijos, y en la escuela los profesores y los alumnos. Pero, a la vez, te enriqueces, porque, aunque existan barreras, también existen posibilidades de aprendizaje, acompañamiento, consejos, corrección fraterna, apoyo en las iniciativas y en la misión que se desempeña, alegría compartida… Entonces, ¿si la institución está dispuesta a hacerse posible para una persona joven?

Afortunadamente, quien dirige la institución sí está dispuesta a “escuchar y hacerse posible” para las más jóvenes; yo he visto pasos, cambios, ayudas… pero el problema es que, a veces, se hace difícil romper estructuras, normas y rituales que se llevan haciendo durante muchos años (toda una vida congregacional…), para dar paso a otros que, aunque puedan ser buenos, “chirrían”, porque no se han hecho nunca. Pero a todos –mayores, medianos y jóvenes– nos cuesta ceder, cambiar hábitos y dejar de hacer, porque aún nos puede el pensamiento de que, si nos “doblegamos”, traicionamos las raíces congregacionales, perdemos nuestra identidad, mostramos inferioridad… Y, en realidad, debería ser al revés, porque “la humildad es andar en verdad” y nos hace “superiores” en lo más esencial de nuestra vida, el seguimiento de Cristo. Pero cuesta, sin duda, ¡somos humanos!

¿Consideras adecuada la pastoral «con los jóvenes» que estamos realizando?

Hay intención, deseos de que funcione, pero creo que no está siendo muy adecuada. Se nota el cansancio, la escasez de personas, el hacer para salir del paso. Nos empeñamos en seguir haciendo muchas de las cosas que nos sirvieron a nosotros cuando éramos los “jóvenes de la pastoral”. Nos hemos acomodado, nos falta tiempo, creatividad, recursos, formación, apoyo social… Por otro lado, nos estamos dejando el tiempo en otras cosas, que serán importantes para que nuestras obras puedan marchar, pero no es nuestra esencia ni el objetivo principal de nuestras misiones; nuestro centro es el Evangelio, y es importante que no nos arrastre la sociedad y cuidemos nuestra pastoral de una forma prioritaria, en cuanto a formación, dedicación, reflexión, publicidad y marketing, espacios, organización, etc. Necesitamos sentarnos, repensar la Pastoral y tomar decisiones que luego se evalúen, porque no solo sirve reunirnos para hablar y luego dejarlo estar, como nos pasa en muchas ocasiones, sino que hay que convertir esos pensamientos en acciones. En este tema de la pastoral, es muy importante fijarnos en lo que ya existe y da sus frutos; es decir, debemos aprender de lo que están haciendo otros y, a la vez, enseñar lo que a nosotros nos está funcionando. Así, en comunión, como una cadena de favores, será más fácil y llevadero el camino.

¿Qué significan en tu vida palabras como: solidaridad, amor, soledad, oración, amistad?

A veces, mi vida está cargada de una solidaridad que tiene que ver con proyectos, con lugares lejanos, con lo económico… Y esto está bien, pero la solidaridad tiene que ir más allá, tiene que ver con el “estar con el otro”, con “acompañar”, con tender la mano para que el otro se levante, recupere su dignidad y pueda continuar su camino. Y para esto, hay que empezar por los que tenemos al lado, porque, si no, la solidaridad es poco auténtica. A esta solidaridad es a la que quiero que tienda, principalmente, mi vida.

El amor es el motor de la vida, y, aunque parezca una frase hecha, no es así; es la realidad, nadie puede vivir sin amor, la gente muere por falta de amor y la gente recupera la vida por recibir amor. El amor sana; a mí me ha sanado de muchos fracasos, dificultades, “sinsabores”. Mi vida funciona mejor cuando me siento querida, cuando soy capaz de amar al otro y dejar el egoísmo a un lado; se nota, se tiene una paz especial, y sin amor se está inquieto, triste, se tiende a tirar la toalla.

Me encanta buscar momentos de soledad, lo necesito en mi vida para volver a mi interior y ser consciente de que “soy y estoy”, por eso la soledad me ayuda a cuidarme por dentro. La soledad me hace tomar conciencia de las cosas desde una perspectiva diferente, que me ayuda a sosegarme, a liberar tensiones, a mirar de un modo más positivo.

Si no dedico tiempo en mi vida a la oración, lo noto; estoy más renegada, desorientada, las cosas no salen tan bien; en cambio, cuando hablo todo lo que pasa en mi vida con el Señor, hay una paz especial, pienso más las cosas que hago, soy más consciente de mis fallos, digamos que echo la red de otra manera. La oración tiene que ver con la última de las palabras, la amistad. Si no le contamos nuestras cosas a los amigos, nos duele algo por dentro, porque tenemos esa necesidad humana de confiarle a alguien lo que vivimos. Pues la oración no es otra cosa que la relación de amistad con Cristo; si nos falta la oración, ¿qué tipo de relación tendría-mos con Él?

Que la amistad es muy importante en nuestra vida es muy obvio para cualquier persona. Pero, fíjate, en la vida consagrada no parece tanto; lo veo algo descuidado. A veces, nos hemos “conformado” con tener hermanos de comunidad, de congregación, pero no es suficiente, los consagrados también tenemos la necesidad de tener amigos, sin que eso suponga una traición a la congregación, un motivo de sospecha o de control. Deberíamos atender más a esta necesidad y apoyarnos unos a otros, evitando celos y envidias.

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