¿QUIÉN SOY?

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(Diana Papa, Clarisa). Se trata de una pregunta que acontece, sobre todo, durante la adolescencia y que vuelve con fuerza en los momentos de crisis, cuando buscamos el sentido de la vida. Es un interrogante que afecta a los consagrados, especialmente cuando vivimos ciertos cambios, ya sea cuando se interrumpe un camino serio de fe o se inicia la acogida de la propia historia. Evidentemente, no es fácil encontrar una respuesta inmediata a todas las preguntas que nos asaltan, ni podemos conformarnos con una visión subjetiva. Se descubre entonces la necesidad de la búsqueda paciente, en la fe, para volver a encontrar el sentido de la existencia y dar significado de nuevo a la propia vida.

El pensamiento único, muy presente en  la sociedad actual, afecta a nuestra vida como consagrados. Nos resulta complicado vivir con fidelidad y con pasión el Evangelio y, en nombre del respeto de la dignidad de la persona, asumimos, a veces, actitudes típicas de la mentalidad de nuestro tiempo: la autorreferencialidad, el individualismo, la división interior, la necesidad de autorrealización… Cuando perdemos el sentido de la existencia y, con él, el Señor y el Evangelio, nos perdemos en el camino y, en esa confusión, buscamos en otro lado. Así, vamos dejando de hacernos preguntas y corremos el riesgo de morir interiormente: ¿Quién es para mí Jesucristo hoy?  ¿Cómo cuido mi relación con Él? ¿Cómo organizo el tiempo en su presencia? ¿Me dejo iluminar por la Palabra e interpelar en cada momento por el Evangelio? ¿De qué forma me libero de la inmanencia de mi ser y de la fascinación por mí mismo y ayudo a los otros?

A pesar de que nuestra vida se anestesie, Jesús, con su fidelidad, continúa llamando a la puerta, nos provoca y nos pide que pongamos en juego la vida. Nos invita a cambiar de estilo, de mentalidad y modo de ser para hacer visible, en todo momento, el cuidado de las relaciones. Nos urge a no perder la brújula en el maremágnum de las relaciones virtuales que nos llevan a definirnos desde un “me gusta” o “no me gusta”, y no desde Cristo y su Evangelio.

Él, que conoce nuestro corazón, apuesta por nosotros, nos ayuda a recordar la mirada del primer amor y nos envía por los caminos del mundo de nuestro tiempo.