Pero recorriendo los evangelios también caemos en la cuenta de que Jesús está mucho más cómodo en las distancias cortas y en el tú a tú. Las muchedumbres lo buscan y él las acepta, se fija en los detalles que pasan desaparecidos para muchos: «llevan días sin comer, quién me ha tocado el manto, dejad que se acerquen, traédmelo»… Tiene la extraña capacidad de personalizar a la masa, de detectar entre las multitudes a aquellos que están más necesitados de la palabra o el gesto que redime soledades y desamores.
Y cuando uno menos se lo espera, desaparece. Hay que buscarlo en esa huída que lo devuelve a su esencia relacional con el Padre y el Espíritu, pero también con sus semejantes menesterosos de un encuentro personal y casi furtivo. No huye de las personas sino de una fama incontrolable y utiltarista, de un uso egoísta de un poder que muchos consideran mágico y provechoso.
Jesús itinerante y portador de encuentros saludables, de propuestas de cambios y de reconstrucción de vidas. Jesús del camino incierto y abierto a las sorpresas de aquellos que lo transitan y que nunca hubieran soñado toparse con ese hombre sencillamente divino.