No pretendas imaginar ese amor, no puedes en modo alguno pensarlo; sólo podrás acogerlo, dejar que te envuelva su misterio, pues se trata de Dios, de aquella eterna fonte que, por ser amor, toda ella se da, y que, por ser sin origen, “todo origen de ella viene”.
Así como no puedes pensar el amor del Padre a su Hijo, tampoco puedes pensar el amor de ese Hijo a sus discípulos, el amor con que Cristo Jesús te ama a ti; pero puedes permanecer en ese amor, puedes morar en él. De ese amor que es de Dios puedes hacer tu casa, tu luz, tu aire, tu ser más íntimo, tu ser más tuyo.
También se nos ha mostrado el camino por el que hemos de ir a esa plenitud de ser que quiere para nosotros el que nos ama: “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor”. Él te dice ‘guardar’, y tú entiendes ‘escuchar y cumplir’; él te dice ‘guardar’, y tú entiendes ‘creer y obedecer’; él te dice ‘guardar’, y tú entiendes ‘vivir lo que has escuchado’, ‘ser lo que se te pide que guardes’.
¿Y qué es lo que se te pide? ¿Cuál es el mandamiento que has de guardar?: “Que os améis unos a otros como yo os he amado”. Amar como somos amados por Cristo el Señor. Éste es nuestro modo de ser Iglesia, el único posible, pues siendo cuerpo de Cristo, hemos de amar con el Espíritu de Cristo, hemos de amarnos unos a otros con su mismo amor.
No hay otro mandamiento, no hay otro horizonte, no tenemos otro futuro: Cristo es el mandamiento que has de guardar, el horizonte hacia el que vas, el futuro que se te promete. Cristo es la plenitud a la que te está llevando el amor de Dios. Cristo es tu plenitud de ser.
Esto da a la Eucaristía que celebras una dimensión de eternidad que sólo puedes gustar en la fe: “Aquesta eterna fonte está escondida en este vivo pan por darnos vida… Aquesta viva fonte que deseo, en este pan de vida yo la veo, aunque es de noche” (Juan de la Cruz).
Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor con la novedad de vuestra vida, con la novedad de vuestro amor. Que sea vuestro canto el que es vuestra plenitud de ser: Cristo.