Un día, todos los creyentes en Cristo habremos de hacer nuestra su última oración: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Esta oración es un testamento de pobreza y confianza. Sus palabras saben a sufrimiento, a abandono, a esperanza, a término, a principio, a amor extremo sellado con la muerte. Jesús nos las dejó como regalo añadido a la entrega de su vida. En esta oración todo sabe a amor de hijo. Un día, eso esperamos, también nosotros entregaremos a Dios nuestra vida con palabras de hijos, con las palabras de su Hijo.