Considera, Iglesia amada del Señor, los misterios que hoy celebras. Aunque no puedes abarcarlos, no dejes de admirarlos; aunque permanezcan insondables para la debilidad de la mente, sean siempre motivo de adoración y alabanza en la asamblea de los fieles y en el corazón de cada uno de ellos.
En esta tarde de gracia todo habla de Jesús y de amor.
Recuerda de dónde nos viene este Hijo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito”.
Celebra lo que hoy la palabra de Dios te revela: “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.
Guarda en el corazón lo que el evangelista dice que Jesús ha vivido: “Habiendo amado a los suyos”; y goza, agradece y bendice por lo que Jesús se dispone a vivir: “Los amó hasta el extremo”.
Por amor recorrió el camino donde, desnuda y medio muerta, tú yacías: te vio, se compadeció, se te acercó, te vendó las heridas, te cuidó. El amor extremo lo despojó de su rango, le ciñó la condición de esclavo, y lo arrodilló a tus pies para que tuvieses parte con él. El amor lo hizo luz para los ojos de los ciegos, limpieza para la corrupción de los leprosos, alivio para el sufrimiento de los pobres, perdón para los pecadores, consuelo para los afligidos, vida para los muertos. El amor extremo, lo hizo cuerpo entregado por sus discípulos, sangre de una alianza nueva y eterna, ofrenda de nuestra pobreza.
El amor lo hizo tuyo; sólo el amor te hará suyo. “Ama, y haz lo que quieras