«Dios sigue invitándonos a todos a una existencia plena y dichosa»

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Ignacio Virgillito

Oficina de comunicación de la Prov. Claretiana de Santiago

Bajo esta premisa fue celebrado un gran Congreso de Vocaciones, acontecimiento que reunió a más de 3.000 asistentes de las 70 diócesis españolas, acompañados por 65 obispos. Estuvieron representados 54 movimientos y asociaciones laicales, 120 congregaciones y 250 realidades distintas que llevan adelante la misión. El 30% de estos participantes fueron menores de 35 años. La organización contó, además, con 200 voluntarios.

Una sociedad que a lo que invita es a la búsqueda de bienestar y en la que predomina la libertad y autonomía del sujeto hace que los valores actuales choquen con una comprensión vocacional de la vida, lamenta el jesuita Alfonso Alonso-Lasheras en declaraciones a esta publicación tomadas poco antes de pronunciar la ponencia inaugural al Congreso de Vocaciones que se celebró durante el segundo fin de semana del pasado mes de febrero en el recinto Madrid-Arena de la capital de España. “Y esto, –continúa el religioso– como Iglesia, nos preocupa mucho porque está teniendo consecuencias funestas para la gente, en especial para los más jóvenes; de ahí que sea urgente crear una nueva cultura vocacional”, completa dibujando el marco que da sentido a la puesta en marcha del Congreso.

Realmente, sus palabras a Vida Religiosa son una condensación del discurso de apertura que pronunció el día de la puesta de largo de este congreso, el pasado viernes 7 de febrero, y que, bautizado bajo el lema ‘¿Para quién soy?’, congregó a más de 3.000 participantes de todas las diócesis españolas, acompañados por 65 obispos. Además, estuvieron representados 54 movimientos y asociaciones laicales, 120 institutos de vida consagrada y 250 realidades distintas que llevan adelante la misión.

“Es importante hacer constar que el 30% de los congresistas fueron menores de 35 años”, explican desde la oficina de prensa de la conferencia de los obispos españoles, institución que a través de su servicio de pastoral vocacional organizó esta iniciativa. “Con este congreso –prosiguen desde la conferencia episcopal– venimos a cerrar, poniendo un broche de oro, el ciclo del plan pastoral que iniciamos en el año 2021”.

Efectivamente, la intrahistoria de estos días pasados de febrero se encuentra en el germen de aquel “Pueblo de Dios en salida”, congreso celebrado en el año 2020 que supuso el comienzo de un plan pastoral que ha tratado de crear una cultura a la escucha de la llamada vocacional. Eso sí, desde una óptica distinta, pues si aquel congreso de hace cinco años giró en torno al anuncio del kerigma, este buscó mover los corazones para elaborar una respuesta “que ha de ser enunciada con la propia vida”. O dicho en las palabras del papa Francisco, que envió un mensaje expresamente para estos días: “Lleven a Dios allí donde Él los envíe, esa es nuestra vocación”.

Así, durante el sábado 8 y el domingo 9 de febrero, los organizadores del encuentro pasaron a desarrollar, desde las mismas preguntas que se formulan en la exhortación apostólica Christus vivit, por qué la vida es vocación. Para ello, propiciando una seria reflexión, se presentaron cuatro itinerarios centrados en cómo cuidar y hacer crecer una serie de virtudes que hoy son profundamente contraculturales.

Así, el primer camino propuesto, –llamado “Itinerario Palabra”–, fue enmarcado por el Prof. José Luis Albares Martín, titular del Centro Universitario Cardenal Cisneros. El experto, desde un pulcro acercamiento a la Escritura, enunció: “Dios llama. Toda la Palabra de Dios es vocante”. Para el segundo itinerario, denominado ‘comunidad’, la charla marco vino de la mano de D. Eloy Bueno de la Fuente, catedrático de la Facultad de Teología del Norte (Burgos). “Vocación y comunidad, por tanto, van siempre unidas: se exigen y se necesitan recíprocamente”, comenzó el experto, desplegando las implicaciones y potencialidades que convergen en torno a ellas.

El tercero, llamado “Itinerario sujeto”, quiso poner de manifiesto la importancia de ir formando personas que descubran la vocación como lo que configura su identidad personal. Fue planteado al Congreso por M. José Castejón Giner, consagrada en el Instituto Secular Siervas Seglares de Jesucristo Sacerdote. Con sus palabras, Castejón articuló magistralmente las tres dimensiones esenciales para hablar del sujeto de la vocación: el yo, el y el nosotros. Finalmente, el último itinerario, el de la Misión, fue enmarcado con una hermosa ponencia de la Prof. M.ª Consolación Isart Hernández, de la Universidad Católica de Valencia. “¿Somos conscientes de que cada uno de nosotros es misionero?”, comenzaba, para a renglón seguido contestar citando la Evangelii gaudium: “No es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo […]. Sabemos bien que la vida con Él se vuelve mucho más plena”, enunció.

El desarrollo a los itinerarios se completó con una serie de paneles, hasta sesenta y cuatro, en los cuales se expuso tanto conferencias como vivas mesas redondas. Con ellos, los asistentes pudieron corroborar la inmensa riqueza y la multitud de elementos culturales positivos que atesoramos como Iglesia, y que hemos de seguir potenciando. Personas que han sabido hacer de su vida bendición desde la fidelidad a su vocación, y a las que queremos dar espacio en las páginas siguientes con estos cuatro testimonios:

 

Marina Panera García, fpc

Responsable área Misión compartida de la Confer

Una vez más intentamos dar respuesta a todo lo que se nos pide por lo que, el área de Misión Compartida de CONFER, se hizo presente en el Congreso de las Vocaciones dinamizando un taller bajo el título: Diferentes vocaciones, una misión compartida.

Algunos se pueden preguntar qué tiene que ver la misión compartida (MC) con la cultura vocacional. Ambas están muy relacionadas ya que para poder compartir la misión primero uno se ha tenido que sentir amado, llamado y enviado por Dios a esa misión. Sin este presupuesto lo que se comparten son tareas y no caminos vocacionales dentro de la Iglesia. La cultura vocacional como la MC son temas transversales.

Para este taller contamos con la ayuda de tres laicos de diferentes familias carismáticas y una consagrada, la hermana Marina Panera García, responsable del área.

Desde la premisa de entender la vida como un regalo, como una llamada a una misión que realizamos juntos empezamos el taller compartiendo cómo vivimos la vida vocacionalmente.

La MC presupone en cada persona la vivencia de la vida como vocación, pero muchas de las personas que llegan a nuestras casas/obras/equipos no han descubierto que son amadas y llamadas. Entonces el proceso de MC debe ayudar a cada persona a responder a la pregunta: ¿para quién soy?

Mientras avanzaba el taller íbamos explicando en qué consiste este camino. Este proceso sinodal radica en que personas de diferentes vocaciones caminemos juntos construyendo el Reino porque lo esencial es común y nos viene dado por el bautismo. Así nos lo recuerda nuestro papa Francisco: “el laico, más que como ‘no clérigo’ o ‘no religioso’, es bautizado, miembro del pueblo santo de Dios, que es el sacramento que abre todas las puertas. Lo que verdaderamente nos distingue como pueblo de Dios es la fe en Cristo, no el estado de vida considerado en sí mismo. Somos bautizados, cristianos, discípulos de Jesús. Todo el resto es secundario”. Muchos seglares y laicos se sienten llamados a vivir la misión desde un carisma fundacional concreto porque estos no son propiedad de las órdenes o institutos. MC es el proceso por el que los consagrados y laicos caminamos juntos compartiendo espiritualidad, misión y comunión porque no hay nada exclusivo, porque las diferentes vocaciones hacen que vivamos la misión de una forma significativa para enriquecernos y complementarnos (cf. ChL 55). Esta comunión es en y para la misión porque todos estamos llamados a la misma y única misión de la Iglesia. Nuestro Papa nos recuerda que “caminar juntos es el camino constitutivo de la Iglesia”.

En el taller pudimos compartir nuestra experiencia en este camino de comunión para la misión con sus dificultades, retos y oportunidades; agradecimos este regalo e invitamos a caminar sinodalmente superando el “parcelismo”.

¡Es posible caminar juntos en la diversidad de vocaciones! Esto es lo que nos recuerda el Papa al presentar el documento conclusivo del Sínodo sobre la sinodalidad. Es posible cuando cada cristiano se siente parte y responsable de la misión evangelizadora y supera el pecado de la rigidez. Así lo vemos reflejado en las primeras comunidades cristianas. Debemos apoyarnos, no somos rivales, estamos todos en la misma barca; esa barca que presidía el Congreso. Para llevar esta Buena Noticia a nuestra sociedad, tenemos que trabajar juntos, unir esfuerzos. Porque juntos somos más fuertes, porque Juntos Somos Más. Este es el logo de nuestra área.

Todo esto se hace a fuego lento, muy lento. Es un proceso muy largo… porque tenemos que ir acotando distancias y tejiendo lazos entre nosotros, lo cual exige conversión personal e institucional. Queda mucho camino para pasar de una misión colaborada a una MC, para poder decir: compartimos la misión unos al lado de los otros. Estamos en camino… y merece la pena todo el esfuerzo en esta dirección a la que nos está empujando el Espíritu Santo. ¿Te apuntas?

Agradecemos la oportunidad que se nos dio con este taller, ya que nosotros estábamos acostumbrados a presentar esta experiencia a la vida consagrada y su entorno. Aquí el público era “la Iglesia”: obispos, párrocos, movimientos laicales, vida consagrada, laicos… ¡¡Qué riqueza!! Todos llamados a remar juntos en la misma barca.

Pedro Jara Vera

Diácono permanente de la archidiócesis de Madrid

En el contexto de la llamada vocacional, y antes de nada, quisiera subrayar la importancia de evangelizar a los pobres, tanto material como espiritualmente. Desde mi peculiar forma de vida, diácono permanente de la archidiócesis de Madrid, caminar hacia las fronteras de la pobreza es una misión esencial que asumo como Iglesia. Además, me gustaría reconocerme cada día como más pobre, pues siéndolo sé que transitaría hacia la liberación de las ataduras mundanas para seguir a Cristo con libertad, permitiendo que el corazón se llene de Dios y del amor hacia los demás. Esta pobreza, buena y evangélicamente deseada por mí, reconocerá la dependencia total de Dios y permitiría que el Evangelio transforme la vida.

La pobreza evangélica como clave del seguimiento de Cristo

La pobreza evangélica es fundamental para ser un verdadero seguidor de Cristo, lo que implica renunciar a lo material para priorizar a Dios en la vida. Aquel que no reconoce su propia pobreza ante Dios impide que el Evangelio transforme su existencia por completo. La Palabra de Dios ilumina la vida de los pobres, revelando su dignidad inherente y ofreciendo una esperanza firme en Cristo. Esta iluminación permite superar la oscuridad y encontrar la paz verdadera.

Resulta, por tanto, necesario abordar tanto las necesidades materiales como las espirituales de los pobres. Si bien es crucial proveer a los hermanos con lo necesario para vivir dignamente, también es esencial acercarlos a la Palabra de Dios y al amor divino. A menudo, el sufrimiento más profundo de las personas no se origina únicamente en la carencia de bienes materiales, sino en la falta de amor, conexión y propósito en la vida. La Palabra de Dios tiene el poder de sanar heridas, reconstruir vidas y transformar el odio en amor, la desconfianza en esperanza.

El encuentro con la Sagrada Escritura como fuente de Iluminación

El encuentro con la Sagrada Escritura ofrece la capacidad de iluminar la vida de las personas y superar la oscuridad que las rodea. Jesucristo, como la palabra definitiva del Padre, guía a los creyentes hacia la paz y la reconciliación. Ignorar las Escrituras, según san Jerónimo, es ignorar a Cristo mismo, lo que a su vez impide el autoconocimiento y el desarrollo personal.

Cabe recordar el cumplimiento de la misión propia de la Iglesia; esta es, hacer discípulos, enseñando y bautizando en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Así, el ministerio de la Palabra implica dos aspectos fundamentales: ser servidores humildes de la Palabra de Dios y discernir la vida a través de ella. Para servir a la Palabra, es necesario dejarse guiar por ella, con humildad y apertura al Espíritu Santo.

El ejemplo de Felipe y el eunuco: guía del Espíritu Santo en la evangelización

El encuentro de Felipe con el eunuco es un ejemplo paradigmático de la guía del Espíritu Santo en la evangelización. Felipe, movido por el Espíritu, se acerca al eunuco que lee las Escrituras y le pregunta si las entiende. El eunuco responde con una pregunta reveladora: “¿Cómo voy a entenderlo si nadie me guía?”. Este encuentro subraya la importancia de la enseñanza y la explicación de las Escrituras para que las personas puedan comprender y seguir a Cristo.

Por tanto, la enseñanza por parte de la Iglesia es urgente y necesaria, ya que no se ama lo que no se conoce. Felipe se une al eunuco en su camino, mostrando que la evangelización implica compromiso, cercanía y acompañamiento personal. Al predicar a Jesús, Felipe lleva al eunuco a la conversión y al bautismo, otorgándole una nueva vida en Cristo.

En el camino de la evangelización toparemos con diferentes confesiones cristianas e incluso personas de otras religiones. En todos los casos, es posible acercar el mensaje de Dios, adaptándose al contexto y buscando puntos en común. La secularización es un desafío que afecta a todas las religiones, por lo que es necesario volver la mirada a Dios y a los valores espirituales.

La Palabra de Dios es viva y eficaz, capaz de transformar la vida del ser humano. Jesucristo, la palabra definitiva del Padre, ilumina a aquellos que viven en tinieblas y los guía por el camino de la paz. La evangelización de los pobres es una señal inequívoca de que la Iglesia está cumpliendo su misión de anunciar el reino de Dios y llevar la salvación a todos.

Antonio Bellella Cardiel, cmf

Director del Instituto teológico de vida religiosa, Madrid

Hace solo unos meses, en el marco de unas jornadas de teología del laicado celebradas en la Universidad Pontificia de Salamanca, el teólogo Eloy Bueno de la Fuente propuso sustituir la consabida pregunta “¿qué es la Iglesia?”, por otra similar: “¿quién es la Iglesia?” Sin lugar a duda, el cambio del pronombre interrogativo nos sitúa en una perspectiva distinta. Insistir en el qué pone el foco en aspectos externos, efectistas y funcionales. Por el contrario, centrarse en el quién evoca búsquedas, inquietudes, carismas y procesos. La Iglesia del qué apunta su mirada hacia instituciones, tareas y logros, mientras que la del quién subraya el ideal de comunión y la diversidad presente en la multiplicidad de los rostros y personas vocacionadas.

El Congreso de Vocaciones se ha inspirado en una interpelación casi idéntica que el papa Francisco dirige a los jóvenes en su exhortación Christus vivit, y que se plasma en el lema de las jornadas: “¿Para quién vivo?”. Esta breve pregunta, en apariencia simple, ha estado presente en el aula en todo momento, cumpliendo una doble función. Por un lado, ha actuado a la manera de hilo de oro que unía las perlas del collar de celebraciones, ponencias, talleres y momentos festivos; por otro, ha resonado como un bajo continuo, una armonía sostenida, que sintoniza con la identidad vocacional de todo cristiano. Ha quedado, pues, claro que no basta decir “tengo vocación” para hacer algo propio en la vida; más bien, se trata de llegar a percibir y expresar que “soy vocación” de un Dios que me propone vivir para Él y mis hermanos, con todas las consecuencias.

A mi parecer, la experiencia aglutinante del encuentro se sintetiza en la insistencia en vivir en “clave de quien”; creando así una Iglesia donde cada bautizado –cada quien– aporte su riqueza personal al ya rico caudal de la multiplicidad de formas de vida y de carismas. En este sentido, el Congreso ha dado pasos hacia la creación de una sensibilidad distinta. Por ello, tras la conclusión del mismo, los ecos que quedan en la mente y el corazón no corresponden tanto a contenidos adquiridos en un aprendizaje basado en ideas iluminadoras, cuanto al vocationis gaudium, es decir, a la dicha de ver una Iglesia que, dejándose interpelar por el Evangelio y la realidad, se reinicia vocacionalmente, discerniendo su identidad de un modo nuevo.

Un poco a través de experiencias concretas, otro poco por ósmosis, el encuentro ha puesto sobre la mesa algunos elementos, invitando a implementarlos en cada comunidad. ¿Cuáles son? Me refiero a la conciencia de unidad en la diversidad y de comunión en la pluralidad; al compromiso con la creación de una cultura vocacional; a la insistencia en la raíz sacramental de la vocación cristiana y sus expresiones (bautismo, matrimonio y orden); a la necesidad de transformar los recursos humano–personales en capital humanizador–personalizador; al reconocimiento del don que aporta la riqueza y variedad carismática; y finalmente, a la tarea de rehacer el camino de la escucha y del seguimiento de Jesús en el anuncio el Evangelio.

Afortunadamente, la vida consagrada no ha participado en el Congreso como un bloque uniforme e indiferenciado, ni tampoco como un club exclusivo, separado del resto de la Iglesia y enrocado en su privilegiada condición. Considero también positivo que este haya sido el primer foro eclesial donde toda la vida consagrada presente en España se ha sentado a la misma mesa, sin reservas ni reproches mutuos, aparcando los particularismos estériles. La vocación nos une y, en este momento, atendiendo al contexto crítico, la llamada común se especifica primero en el dejarse interpelar por un doble quién: el del que nos ha llamado y el de aquellos a quienes somos enviados; y, en segundo lugar, a relativizar un doble qué: el de quienes todo lo cifran en rehacer el marco teórico y vital de la vida consagrada y el de quienes insisten en mantenerlo inalterado por ser, en su configuración clásica, el único modo perfecto de seguir a Jesús

Acabo aludiendo a una preocupación sentida y compartida por toda la vida consagrada. Desde hace décadas la escasez vocacional mina nuestras fuerzas y pone a prueba el fundamento de nuestra vocación en la Iglesia y su relevancia, enfrentándonos a preguntas tan difíciles como estas: ¿Es nuestra vida consagrada una oferta evangélica válida? ¿Qué sentido tiene nuestra vida en la sociedad y en la Iglesia de hoy? Ahora que está siendo tan desacreditada, ¿dónde se funda su consistencia y relevancia? ¿Qué sentido tiene esta interminable escasez vocacional en el marco del proyecto de Dios? ¿Cómo interpretar la obstinada crisis de reducción que experimentamos? ¿Qué mensaje salvífico muestra? ¿Hacia dónde nos quiere llevar Dios?

¿No será el momento de plantearnos una nueva mirada y de tomar en serio la posibilidad de caminar y pensar juntos que se ha realizado entre el 7 y el 9 de febrero de 2025?

Fray José Luis Galiana, osco

Monje trapense de la abadía de San Pedro de Cardeña, Burgos

La propuesta de TET (testimonios, experiencias y talleres) que se me encargó fue el número 1 del Itinerario Palabra, en concreto una Lectio divina sobre un relato vocacional.

Como comenté al recibir la comanda, la Lectio, según la entendemos en el monasterio, es un momento de oración personal con la Palabra de Dios de frente, para lo cual se necesita un cierto clima de silencio y recogimiento. Esto, plantado en el Madrid Arena, me resultaba un poco imposible por lo que podía pasar de ser un rato de agradable encuentro con el Señor a un sermón muy pesado de 50 minutos.

Comenzamos, como se nos había pedido a los talleristas, explicando el símbolo que habíamos mandado sobre el taller: Una tela arrugada (y por ello imperfecta) sobre la que había un cirio y siete velas más pequeñas, como imagen de esa Palabra (el cirio grande) que en la lectio nos ilumina e imagen nuestra (las siete lámparas más pequeñas) que iluminamos el mundo.

De ahí se explicaron los cuatro pasos tradicionales del ejercicio de la lectio: lectura, oración, meditación y contemplación, añadiendo un último paso –más moderno– la acción, ese ser lámpara pequeña, a veces insignificante, pero que ilumina allá donde esté.

También se hizo hincapié en la importancia de todo lo que rodea el momento de la lectio: un clima de recogimiento-silencio, comodidad física, un buen texto bíblico, un tacto agradable de libro que tenemos en las manos, un grafía clara, que nuestro cuerpo también esté en un momento oportuno, sin molestias, sin dolores físicos, con la cabeza ocupada solo en Dios, en paz interior y exterior… comenté cómo es el scriptorium donde los monjes hacemos cada mañana la lectio personal aunque comunitariamente, y el momento más oportuno.

La necesidad de ponerse en la presencia del Señor, ya que la lectio no es un acto litúrgico, pero sí orante. A modo de anécdota, cierta y para mí muy edificante, recordé cómo algunos de los hermanos mayores de la comunidad comenzaban su momento de lectio hincando las rodillas delante de su mesa en un momento de conexión-adoración-entrega a la Palabra de Dios.

Como paso previo, situamos a Jeremías en su momento histórico, familiar, político-social, personal… recordando que es un momento vital muy parecido al actual, aunque sea hace 2.600 años atrás.

Y así entramos en harina…

Después de reconocernos en la presencia del Señor –aún estando escuchando de fondo otros 7 TET–, rezando juntos el salmo 118,12: “Tu palabra, Señor, es estable…

El texto elegido (Jr 1,4-19) me ha acompañado en todos los pasos de mi vida espiritual y es al que vuelvo en muchos momentos, tanto de paz como de desasosiego.

Después escuchamos el texto de la vocación de Jeremías… (lentamente, en los dos talleres en voz de mujer), intentándo sumergirnos en la Palabra, a veces mirándo-dejándonos mirar por el impresionante Cristo románico del monasterio de Palacios de Benaver, el Cristo de los ojos grandes… Rumiando la Palabra…

Entre el silencio interior que podíamos hacer, una suave música meditativa y el texto de Jeremías, de vez en cuando caía alguna cuestión para centrar el texto en cada uno de los presentes, en el aquí y el ahora, en el momento personal concreto, sintiendo cómo resonaba en nuestro interior, a qué me motivaba o hacia dónde me movía… qué contestaría si yo fuera Jeremías a la llamada del Señor…

El tiempo nos sacó de este encuentro tan personal con la invitación a la acción, a demostrar con nuestra vida esa respuesta a la llamada a la misión, ese sentirnos amados por sentirnos llamados, ese ser profetas en donde estemos.