El termómetro de la sinodalidad doméstica

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Manuel Ogalla, CMF

Misionesro Claretiano, Harare (Zimbabue)

Hace tan solo unos meses se publicaba el documento final de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos1 que clausuraba todo un proceso de descubrimiento, aprendizaje y profundización que durante tres años ha fortalecido la comunión, ha sostenido la participación y ha alentado la misión de una Iglesia que solo se entiende de forma sinodal. Este documento tiene la sana pretensión de ser, por un parte, convergencia de los muchos esfuerzos y aportaciones, sinergia de las diferentes sensibilidades y culturas, síntesis de las múltiples búsquedas existenciales y realidades eclesiales que a lo largo de este proceso sinodal se han dado la mano y han tejido la belleza singular, genuina y –valga la expresión– incluso caleidoscópica de la comunidad creyente que peregrina en la tierra; así mismo, por otra parte, este documento es un detonante valiente y decidido que impele a todo el pueblo de Dios a escrutar estilos nuevos, otear horizontes más amplios, y remar siempre mar adentro para encontrarse con la riqueza de lo inesperado que, como la gracia, nos sobrecoge por sobreabundante.

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