Hoy contemplamos una escena de Jesús con sus discípulos, que muchos días vemos en nuestra vida cotidiana, en nuestros trabajos, en la escuela, en el equipo de futbol o baloncesto, hasta a veces en la Iglesia.
Podemos resumirlo con la pregunta: ¿Qué hay de lo mío? Esta muy bien eso de que todos somos iguales, que hay que trabajar por el bien común, pero quién me reconoce a mi lo que yo soy, lo que yo valgo,… Esto nos pasa como decíamos en el trabajo, personas que quieren sobresalir (“trepas”), que intentan trepar por todos lados, pisando a quien tenga que pisar por conseguir un puesto, o dejar a heridos y víctimas en el camino. En la escuela, podemos ayudarnos los unos a los otros, o intentar avasallar a los demás, marginando o dejando a un lado a aquel compañero o compañera que igual no tiene las mismas posibilidades, que es un poco más tímido,… y no los invitamos a mi cumpleaños, o no le dejamos jugar con nosotros al fútbol, incluso hablando mal de él con los demás.
A veces esto ocurre en las naciones. Es muy sorprendente como en estos últimos años las migraciones parecen ser el chivo expiatorio, a los que echarle todos los males sociales en nuestras sociedades: “Nos invaden, nos quitan nuestros empleos, colapsan el sistema de salud y las escuelas,…” Todos sabemos que esto no es verdad. En este mundo todos somos migrantes, todos lo hemos vivido en primera persona, o en nuestras familias.
Sabemos que nuestra Europa envejecida necesita a marchas forzadas personas que nos apoyen y quieran sumar en un proyecto común. Todos los informes de prestigiosas universidades y gobiernos nos dicen que las personas migrantes aportan mucho más de lo que reciben.
Las personas migrantes y buena parte de nuestras sociedades sabemos lo complicado que es encontrar una vivienda o un trabajo que normalmente es lo que no quiere hacer la gente de aquí, lo difícil que es aprender nuevos idiomas, poder homologar nuestros títulos u obtener un permiso de residencia.
Pero parece que es más fácil alimentar un discurso que excluye, que margina y estigmatiza. Parece extenderse un discurso del miedo, un miedo a perder nuestros privilegios. En el fondo lo mismo que los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, le dicen a Jesús, ¿Qué hay de lo mío? Nos queremos sentar a tu derecha y a tu izquierda. Jesús les contesta:
«Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.»
¿Qué podemos hacer nosotros?
A mi modo de ver tenemos tres opciones:
1.- “Sálvese quien pueda”: Que cada uno aguante su vela. En un mundo donde vemos las cosas un poco oscuras (distopías), al menos que yo y los míos estemos bien, trepando a lo más alto que podamos, sin importar a quien dejemos en el camino, cuantas víctimas dejemos heridas o excluidas.
2.- “Busquemos un salvador”: En todos los escenarios catastrofistas, aparece un héroe que salva al mundo del desastre climático, de la destrucción del planeta (“El cuento de la Criada”). Esa fue la llegada de Hitler al poder, como un salvador, y vemos como este tipo de líderes están escalando posiciones: Trump, Bukele, Bolsonaro, Milei, Ortega, Orbán, Modi, Meloni,…
Ante situaciones complicadas a las personas parece que en ocasiones en lugar de pensar en comprometernos con la realidad juntos, preferimos que alguien venga con mano dura a salvarnos -a veces invocando a un Dios todopoderoso-, aunque eso represente perder derechos y libertades. Lo malo es que esto a veces se nos va de las manos, y sino que se lo digan a la Alemania de Hitler.
3.- “Amar y servir”: “Ante el sálvese quien pueda” y “busquemos un salvador” a lo que nos invita hoy Jesús es a amar y servir, como nos dice en el Evangelio de Juan:
Cuando terminó de lavarles los pies, se puso el manto y volvió a su lugar. Entonces les dijo: ―¿Entendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues, si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo, para que hagáis lo mismo que yo he hecho con vosotros. Ciertamente os aseguro que ningún siervo es más que su amo, y ningún mensajero es más que el que lo envió. ¿Entendéis esto? Dichosos seréis si lo ponéis en práctica.
Jesús nos invita a lavarnos los pies los unos a los otros, nos invita a construir un nosotros y a trabajar por el bien común. Solo así podremos navegar juntos en la complejidad y la incertidumbre. Juntos, amando y sirviendo, formando comunidad, una gran familia, donde todos y todas tengamos cabida, especialmente aquellas personas que peor lo pasan, porque la vida da muchas vueltas y nunca sabemos si nosotros o los nuestros podamos vivir situaciones similares en un futuro cercano.
Amar y servir, dar gratis lo que gratis hemos recibido de la vida, de la sociedad, de nuestras familias y profesores, pero sobre todo y ante todo de Dios.
Que no dejemos de amar y servir…
(les dejo con una canción https://youtu.be/c_s9gJMHrtY )
Homilía del Domingo XXIX del TO. – S. Marcos (10,35-45)