EL DESPERTAR DE NUESTRA ALMA

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Como un eco, sigue resonando la Carta que nos dirigió a todos los fieles el Papa Francisco en agosto, donde nos hablaba de la importancia de la lectura en el camino de maduración personal. “La lectura consigue abrir en nosotros nuevos espacios de interiorización que evitan que nos encerremos en nuestro ego…Al leer, el lector se enriquece con lo que recibe del autor, pero esto le permite al mismo tiempo hacer brotar la riqueza de su propia persona” Y esto aplicada a la lectio divina, o lectura orante de la Biblia, podemos decir que cada página nos interpela y despierta nuestra alma adormecida.

José, el soñador hijo de Jacob, vivió despierto, no se dejó adormecer por las circunstancias adversas. Quizás es una de las lecciones cruciales del relato del libro del Génesis sobre José.

Nosotros, cuando nos encontramos agolpados entre la gente, en la sociedad que respiramos ajetreada, necesitamos despertar nuestras almas como lugares de silencio, en los que la Palabra de Dios puede reposar y resonar. Estar completamente donde se está, ese es el gran secreto para estar despiertos a la Vida que transforma nuestra pequeña vida hacia lo simple.

La simplicidad nos ayuda a situarnos mejor en el mundo que habitamos, no nos encierra, aunque vivamos en un claustro, sino que nos permite caminar en apertura hacia la realidad, ofreciéndonos una mirada nueva sobre todo lo que ocurre.

Mientras la humanidad está cada vez más conectada virtualmente y adormecida, la simplicidad nos sugiere un camino de liberación, que consiste en despertar y reconectarnos con nuestro mundo interior, para aprender a compartir vínculos auténticos con los demás y -juntos- reconfigurar la sociedad del mañana.

Un alma despierta abre caminos nuevos de sentido en el mundo.

José es un paradigma para nosotros de este despertar pasando por múltiples vicisitudes. Él despertó, paso a paso, al arte de crear vínculos auténticos en la familia. Esta transformación es constante, no se detiene en el individuo, sino que desborda hacia el exterior para revivificar y dar sentido a todo.

Este proceso de transformación es una operación constructiva y dinámica. No se trata de ser justo, sino de volverse justo; no se trata de tener salud, sino de volverse sano; no es un “ser”, sino un llegar a ser; no es un descanso pasivo, sino un ejercicio cooperador. Y esta senda la recorrió vitalmente José.

Dado que somos seres de deseo, en marcha hacia lo que soñamos como meta, siempre hemos de vivir caminando sin abandonar la senda. Este caminar transformante no congela al ser humano, sino que lo dilata y encamina hacia los demás como participantes de un único plan de Dios.

El caminar de José vinculó su yo a los tú que le rodeaban, hasta llegar a moverse en un nosotros de fraternidad resucitada. Se atrevió a un cambio radical de vida.