jueves, 19 septiembre, 2024

SERES EN TRANSFORMACIÓN

Somos seres en camino, y por tanto en transformación, nuestros corazones son nómadas. Esto es claro en la historia de José, aquel hijo de Jacob que caminaba, iba buscando a sus hermanos, que estaban trashumando con el rebaño. Esta es su verdadera identidad, y esta frase: “Voy buscando a mis hermanos” define su camino en la vida y el nuestro. El anhelo de fraternidad verdadera, con todos sus límites, está en todos los corazones.

Pero, muchas veces, atrapados en nuestra finitud y las urgencias diarias, hemos olvidado en un cajón los fragmentos de inmensidad que guardamos desde siempre en lo profundo de nuestro ser, las semillas de eternidad que Dios depositó en nosotros.

Cada crisis nos llama a revisar nuestros modelos de vida, a desenterrar estas semillas valiosas, y a emprender una nueva marcha, en un contexto a menudo alejado de nuestras costumbres rutinarias, como le ocurrió a la familia de José, que tuvo que volver a nacer a la fraternidad en tierras de Egipto.

Cuando todo parece perdido, y en José esto se repitió varias veces, el abandono en manos de Dios se convierte en la espera de una palabra creadora que se pronuncia y se escribe en la página del alma. Lejos de ser pasiva, esta espera prepara la revolución de la simplicidad, del deshacer los nudos que estrangulan la vida. Este abandono en Dios no lleva a encerrarse en una burbuja protectora. Por el contrario, nos abre a lo que ocurre y a la realidad que vivimos.

Y para ello se requiere coraje. El coraje de salir del individualismo, para no aislarnos, y convertir nuestra vida no únicamente en una experiencia interior instantánea, sin perspectiva, algo similar a “un selfi del alma”, sino que, -orientados hacia la meta de la vida eterna-, nos dejemos transformar a lo largo de la historia, de manera que pasemos de ser simples fabricantes, a ser creadores responsables de un mundo nuevo.

Podemos renacer ya aquí y ahora en este hoy, renacer en la libertad interior. Entonces, transformados por la gracia del Amor de Dios, -incondicional y simplicísimo, que reconstruye desde las raíces de nuestras divisiones-, viviremos en nuestro presente nutridos de esperanza dando pasos de fraternidad.

Desde aquí, comenzamos a aprender una nueva relación con los otros, que nos interpelan y despiertan nuestra alma adormecida.

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