LA BIOLOGÍA DEL REINO

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Desde la primera tierra del ser humano, que llamamos “paraíso”, hasta “el cielo nuevo y la tierra nueva” que se nos ha prometido como don, hay un éxodo que realizar en el que una columna de fuego nos guía: la Biblia.

En este éxodo de la vida, percibo que- entre leer un libro cualquiera y leer la Biblia-, existe la misma diferencia que entre la patria y la tierra extranjera. La Biblia constituye nuestro horizonte familiar: cada día el oído queda colmado de sus ecos, del mismo modo que la concha conserva el sonido del mar, aunque esté lejos de él.

En este domingo XI del T. O. resonará en nuestros oídos el corazón de la predicación de Jesús, el Reino de Dios, que tiene su realización en la Pascua de Jesús, nudo de oro de nuestra fe. Comprender el Reino de Dios conduce a comprender la Pascua de Jesús.

Por eso Jesús, toma de la mano a sus oyentes, y lleno de paciencia les enseña con parábolas qué es el Reino de Dios, con el deseo de que puedan comprender desde dentro su Pascua en Jerusalén, hacia la que caminan.

El Reino de Dios se revela en la humildad, en los aparentes fracasos, en las penurias, a menudo en el sufrimiento, para que no podamos atribuir su llegada a nuestro propio poder e ingenio.

El Reino de Dios No es un “sitio estático y parado”, es un reinar que viene constantemente a nuestras pequeñas comunidades y a nuestras vidas. El reinado de Dios es un germen de vida en continuo crecimiento. Lo más opuesto al Reino de Dios es una estatua de sal mirando hacia lo que queda atrás, como la mujer de Lot.

Yo diría que hay una biología del Reino de Dios que Jesús conoce. Los procesos biológicos agrícolas de los huertos, cercanos a la casa, los conoce y los usa Jesús para hacer salir de sus preocupaciones egocéntricas a los discípulos, como si ellos dieran el crecimiento a la semilla de Dios.

Orienta sus miradas hacia un pequeñísimo grano de mostaza, que se pierde entre nuestros dedos de pequeño que es, pero en la zona del mar de Genesaret, la mostaza de la variedad Brassica nigra puede crecer hasta tres metros.

Jesús mira esta maravillosa transformación, y esta observación biológica se convierte en una parábola del Reino de Dios que toca sus vidas.

El círculo de discípulos que rodea a Jesús era muy pequeño en relación con la tarea que tenían, pero con esta parábola el Maestro les dice: cuando la gente confía en Dios, y se deja hundir en la tierra del campo de Dios, la vida nueva crece desde los más pequeños comienzos.

Jesús se toma en serio la biología del Reino de Dios. En ella está la tierra con sus nutrientes, la humedad y el calor, y en el suelo mullido se siembra la semilla, que crece porque las sustancias químicas del suelo que rodean la semilla son absorbidas a través de finas membranas. Se desencadena una reagrupación de muchos elementos que estaban almacenados alrededor de la semilla, y crece entonces un tallo hasta llegar a hacerse un árbol grande, capaz de cobijar y dar sostén a los nidos de las aves. La muerte y el quebrarse de la semilla, termina siendo espacio de vida nueva.

Lo mismo el Reino de Dios, no es algo separado de la historia del mundo, de cada uno de nosotros. El Reino de Dios toma el material de nuestras vidas, lo reagrupa, lo ordena y lo transforma. Son cosas viejas existentes, que transformadas se hacen nuevas.

Todos los que escuchaban esta parábola a Jesús tenían ante sus ojos la materia de lo que se hablaba: la mostaza crecía en el huerto. Jesús en “las parábolas del crecimiento” habla de un mundo que está ante los ojos de los oyentes, para que quede claro que el Reino de Dios no está lejos. No está por encima de las nubes. Está entre nosotros.

Ocurre en nuestra vida cotidiana en la laboriosidad de los trabajos realizados con amor y dedicación, en las preocupaciones sinceras por los demás, en los cansancios generosos y felices, en cada dolorosa paciencia, y en tantas entregas silenciosas en favor de los hermanos que escapan a toda medida, en cada descanso en la ternura del Padre en medio de la entrega diaria, en cada gota de silencio orante, en cada perdón gozoso y fraterno etc….Salgamos de nosotros mismos y miremos atentos al huerto de casa, El Reino de Dios está creciendo en él, sólo hace falta tener ojos para ver.