¡Deja que rompa tu luz!

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Cuando escucho la palabra del profeta: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne”, el pensamiento va enseguida a Jesús, el hombre de Nazaret, el pobre de Nazaret, el pan de Nazaret. El pensamiento va a Jesús, porque de él me alimento cada día, porque él es mi casa de refugio, porque revestido de él me presento cada día ante el Padre del cielo, porque, haciéndose él como nosotros, se hizo nuestra propia carne, nos hizo su propia carne.

Y si oigo hablar de “luz que rompe como la aurora”, Jesús vuelve a ser en la memoria de la fe “la luz del mundo”, la luz que hemos de seguir para no caminar en tinieblas.

Pero el profeta no hablaba a Jesús, sino a un pueblo que caminaba a oscuras, un pueblo necesitado de conversión, al que se le mostraba el camino para que su luz rompiera como la aurora. El profeta me hablaba a mí.

Es así de sencillo: si quieres que rompa tu luz –me dice-, “parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne”.

Pero lamentablemente, muy lamentablemente, por mi cuenta me inventé un modo de ser creyente en Cristo Jesús, que me permite presumir de ser luz sin tener que serlo de los pobres.

Presumo de comunión diaria con Cristo Jesús y niego el pan a los hambrientos.

Presumo de estar en la verdad, y, desde mi arrogancia, desprecio a quienes no piensan como yo y aparto a quienes no creen lo que yo creo.

Presumo, pero sigo en la oscuridad, no me aparto de mis tinieblas.

Hoy todo me recuerda que, si quiero ser luz, lo he de ser al modo de Cristo Jesús, el justo, el clemente, el compasivo; al modo de Cristo Jesús que, apiadado de nuestra miseria, todo lo dejó para enriquecernos con su pobreza; al modo de Cristo Jesús, que a sí mismo se nos dio, que a sí mismo se nos repartió en limosna para que, en comunión con él, tuviésemos una herencia eterna.

Ahora es el mismo Jesús quien me habla: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue tendrá la luz de la vida”.

Y yo pido seguirte, Señor, seguirte de cerca, seguirte y tener tu luz.

Y tú me dices: escucha mi palabra, comulga conmigo, déjame vivir en ti. Mi palabra, con la fuerza del Espíritu, te llevará al Padre y a los pobres. La comunión será la evidencia sacramental de que Yo vivo en ti, de que tú vives en mí, de que contigo, con tus manos, continúo compartiendo mi pan con los pobres, bajo tu compasión continúo hospedando a los sin techo, con tu misericordia continúo envolviendo al desnudo.

Hasta que un día descubras –Yo mismo te lo diré- que era Yo quien cuidaba de ti mientras tú, cuidando pobres, cuidabas de mí.

¡No te cierres a tu propia carne!

¡Deja que rompa tu luz!

Feliz domingo.