JUAN, EL HIJO DE ZACARÍAS (1)

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La figura inmensa y enigmática del Bautista nos hace de puente entre el inicio y el final de las celebraciones navideñas. Es un “personaje” que siempre me ha atraído, por la riqueza y complejidad de una personalidad tan “rompedora” y con tantas esquinas personales, simbólicas y teológicas, que los profanos como yo, no acabamos de aprehender en su significado para “conocer algo más de Jesús”. ¿Quién fue este hombre, hijo de Isabel, “prima o pariente de María” y de un sacerdote levítico del medio rural y no del Templo de Jerusalén? ¿Cuánto influyó en la vida y la misión del Jesús histórico? ¿En qué se distinguieron y en qué coincidieron? ¿Se separaron para siempre? ¿Juan murió escéptico y lleno de dudas sobre la figura emergente de Jesús que pronto lo eclipsó? ¿Fracasó en su profecía?

Sabemos algunas cosas “seguras”, es decir, “históricas”, de Juan Bautista. Para algunos comentadores es “el primer dato histórico, fehaciente, en la vida de Jesús”. Todos los evangelistas se hacen eco de él. Y no debió ser sencillo, con el paso de los años en las primeras comunidades cristianas, distinguirlo de Jesús, sin a la vez, menoscabar su mensaje carismático. No tenemos fuentes históricas para conocer qué motivó la abrupta puesta en escena de este hombre, emergiendo de la críptica esfera sacerdotal levítica  y lanzándose, a la deriva, al desierto, con un mensaje claro, apocalíptico pero no desesperanzador, exigiendo un cambio de vida profunda, no sólo a nivel personal sino también, a escala más global, denunciando profética y valientemente, la corrupción de la religión establecida. Juan es, en este sentido, un profeta, pero además es un converso, un reformador a ultranza, hoy diríamos un disidente público del régimen teocrático de su época. Su fama se extendió rápidamente y probablemente fueron “muchos” quienes le  visitaron, le escucharon, se bautizaron y le siguieron en una especie de “nueva corriente subversiva” contra la religión alienante de la época. Porque Juan llama a la conversión del pueblo, y lo hace, no desde el Templo institucional, o las sinagogas, sino desde el vacío absoluto del silencio y la soledad del desierto. El mismo desierto y el mismo lugar, junto al Jordán, por donde, siglos atrás, el pueblo peregrino había penetrado para recibir la Tierra Prometida que Dios le regaló en una alianza eterna de compromiso: “Tú serás mi pueblo y yo seré tu Dios”. Juan es consciente de las injusticias, desigualdades, corruptelas, miserias, hambrunas, de la infra-vida de sus contemporáneos. Y muchos sintonizaron con él y recibieron un novedoso bautismo como signo de cambio interior pero también de compromiso en un cambio en definitiva cultural/estructural desde la purificación de la vieja religión judía. Juan fue un contracultural, que anuncia la vuelta a los tiempos antiguos de fidelidad y obediencia a Yavé, pero que también denuncia el mal uso del “Nombre de Dios” usurpado y manipulado por la élites religiosas y políticas del momento por intereses espurios.

Y Jesús se apuntó al grito de Juan, el hijo del sacerdote Zacarías, quien tembló en el seno de su madre ante la presencia de la Virgen encinta. Jesús abandonó, joven y soltero, su casa natal, su trabajo… ¡algo imprevisible, rechazado, también “contracultural” en la concepción socio-religiosa de la familia tradicional judía! Sus seres queridos, tiempo después de alejarse de Juan, “salieron en su búsqueda… porque estaba fuera de sus cabales”. Y aquí también podemos preguntarnos: ¿qué pasó en el corazón de Jesús, qué “conciencia” tuvo para tomar aquella decisión arriesgada y heterodoxa, qué latía previamente en su corazón de sencillo y anónimo artesano, desconocido para todos y aislado en un pequeño pueblo del norte de la Palestina, en Galilea, lejos -ciertamente- del desierto y el río Jordán? Seguramente nunca lo sabremos. La “conciencia” que Jesús tenía de sí mismo es la gran pregunta irresoluble cuya respuesta nunca conoceremos del todo.  ¿Cómo era “la interioridad” de Jesús, cómo fue a lo largo de toda su vida? No hay respuestas. ¿Existió un proceso de conversión o transformación personal, espiritual, antropológica en él? Lo ignoramos; sin embargo,  algo importante debió ocurrir en su alma de ¿joven visionario y romántico? para tomar la decisión de un cambio radical, una opción fundamental de vida, que le llevó, en torno al año 28 a encontrarse con Juan y hacerse bautizar por él en las aguas limpias y movidas del río Jordán: uno de los datos más históricos y seguros con los que contamos. “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Juan y Jesús, ¿complementarios, contradictorios?