Después de la fiesta de las brujas, más conocida como Halloween, empieza la preparación de una fiesta llamada Navidad. ¿Qué fiesta es esa? Una fiesta llena de luz. Por este motivo muy pronto nuestras ciudades se llenarán de luces. Para celebrar una fiesta mágica, manantial de sueños y colores. La Navidad está en los detalles, en el aroma de las calles, en la búsqueda del regalo perfecto, la diversión, los sabores, la ilusión. Los colores de la próxima Navidad incluirán el plateado metálico y el dorado metálico, diferentes tonos de verde, asociados a la hierba y las hojas como elementos naturales.
Eso será todo lo que ustedes quieran menos una cosa: la celebración cristiana del misterio de la Encarnación. El acontecimiento, que los cristianos celebran el 25 de diciembre, ha sido aprovechado por el mundo de la diversión y del dinero para hacer juerga y negocio. Cierto, todavía hay personas que aprovechan los días de final de año para tener encuentros familiares. Eso está muy bien. Y hasta podría tener una relación con el misterio de la Encarnación, en la medida en que el Dios encarnado nos une como hermanos. Todo lo que sean encuentros de amor y de paz están, consciente o inconscientemente, relacionados con la voluntad de Dios.
Hace tiempo hice una propuesta: que los cristianos tiremos a la papelera la palabra Navidad y la reemplacemos por Encarnación. La palabra navidad se la regalamos al mundo, aunque el mundo no sepa lo que significa. Y si alguno sabe que significa nacimiento, la cuestión es saber de qué nacimiento estamos hablando. Las luces y decoraciones pagadas con dinero público no orientan a ningún nacimiento y, mucho menos, al nacimiento de Jesús. Las ciudades se llenarán de luces, pero para ver una imagen del niño Jesús habrá que dejar la calle y entrar en las Iglesias. Encarnación es un término que indica hasta donde llega el amor de Dios y el Dios que es Amor: hasta el extremo de querer identificarse con sus amados hijos e hijas creados a su imagen. Porque el verdadero amor, el amor más grande, es el del que quiere ser como el amado.
A los cristianos no hace falta decirles que Navidad no comienza después de Hallowen. Pero quizás sea bueno recordar que prácticamente hasta la cuarta semana de adviento es mejor no hablar de Navidad. Porque el adviento, en su primera parte, tiene su propio sentido y su propia consistencia. Y este sentido no se refiere a ningún pasado, sino a un futuro, a un acontecimiento que está aún por venir, ese acontecimiento que se expresa con estas palabras del Credo: el Señor, “de nuevo vendrá” (de nuevo, porque ya vino una vez, pero ahora no se trata del pasado, sino de una nueva vez), “para juzgar a vivos y muertos”. Tendremos ocasión de hablar de ese juicio cuando llegue el adviento, o sea, el 27 de noviembre. Mientras tanto, dejemos al mundo que prepare su navidad, esa de la que más vale no saber nada.