Hoy me ha tocado celebrar viendo a unos niños que con su sonrisa anunciaban la Vida. Por ser sonrisas y por ser de niños desplegaban toda la fuerza frágil de una resurrección de aquí y ahora, ya sin tiempo de espera.
La claridad de esos niños contrastaba, a veces, con una liturgia demasiado rígida y algo artificial. Ellos eran la presencia siempre nueva de un templo con con una edad media bastante elevada. Una presencia molesta para algunos y gozosa para unos pocos; como la misma Pascua.
Yo estoy muy agradecido a esta sorpresa hermosa e inesperada. Yo confieso mi fe en esta humanidad nueva, casi recién estrenada, de tres niños que no conozco pero que parecían felices en esos instantes. Felicidad contagiosa de bienaventuranza breve e intensa.
Agradecido por esta Resurrección inesperada.