LA SOLEDAD DE BELÉN

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La capacidad artística y literaria para recrear el nacimiento de Jesús es tal, que difícilmente podrían recogerse todas en la más completa y amplia «memoria» electrónica. Hace años visité una exposición de belenes impresionante, que recogía docenas de representaciones de muchos países del mundo. En realidad, quienes primero se atrevieron a utilizar la creatividad, y hasta la fantasía, para representar o reproducir aquel nacimiento único, fueron los evangelistas, especialmente Lucas y Mateo. Utilizaron mucho material del Antiguo Testamento, especialmente de los profetas, (revisemos, por ejemplo, el II Libro de Samuel). Ellos -y sus comunidades- nos transmitieron «su» visión de aquel nacimiento a través del género literario de los «midrash», tomados del AT.

A mí, especialmente en esta Navidad que tenemos ya a la vuelta de la esquina, y utilizando esa misma «licencia» literaria, artística, incluso teológica, se me antoja recrear un nacimiento bien escueto, elemental, casi tan frío como estas noches de otoño/invierno. Un belén prácticamente sin figuras, sin musgo, sin arena, sin papel pintado, sin lucecitas de colorines que se encienden y se apagan automáticamente, sin nieve de mentiritas, sin agua artificial en la tapa disimulada de un frasco viejo, sin animalitos -incluso sin mula ni buey- (que me perdonen). Un belén tan pobre y minimizado que se olvide de los Reyes Magos que no eran reyes ni magos; de los pastores tímidos y tiernos, que no lo eran tanto, de la señora lavando o el señor carpintero; por supuesto, del mal gusto del «cagón» (que no sé a quién se le ocurrió inventarlo). Eso, un belén sin estrella mágica comprada en «los chinos», de enorme mal gusto. Y sin ángel, sí, sin ángel, un belén «des-angelado». Nunca mejor dicho. (Tampoco hubo un ángel en el Gólgota, a la hora de la muerte).

Un belén con una María asustada pero llena de júbilo, y un José joven, ayudando a nacer al Niño (él, que era carpintero y no partero). Y un Niño. Claro, un niño recién nacido, que hubo que lavar al nacer, que lloró cuando le impactó la realidad que «vio» a medias con sus ojos semicerrados. Un Niño solo, solitario, acompañado sólo del calor, el cariño y el cuidado de sus padres. Un Belén místico. Un Belén interior. Un Belén sin navidades, sin el jolgorio y el consumismo de siempre, sin las comilonas y borracheras familiares o «de empresa», sin motivo suficiente, sin turrones ni mazapanes, sin arbolitos ni papás noeles o santas claus de no sé dónde. Sin regalos obligados y acostumbrados. Sin viajes de vacaciones (este año con más razones) para respetar la salud personal y ajena y, de paso,  solidarizarse con quienes nunca «celebraron la navidad». ¿Qué celebramos en realidad? ¿Qué celebra «la gente»? ¿A tantos les interesa que los cristianos recordemos y celebremos el nacimiento del Niño Jesús? Hace mucho tiempo que nos usurparon la Navidad. Por eso, prefiero un «belén» sin belén. Un Belén místico. Uno que yo construya en mi corazón y que los demás descubran cuando miren a mis ojos.