EMBARAZO DE ALTO RIESGO

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El colorido y la alegría espontánea de las fiestas navideñas, no deben hacernos olvidar las dificultades históricas de aquel nacimiento. Por otra parte, desde la perspectiva teológica, a veces insistimos en la obra salvadora del Jesús adulto, en su crucifixión y resurrección, y olvidamos la aceptación divina de la vulnerabilidad, que se manifiesta en la encarnación: no retuvo su categoría de Dios, se hizo uno de tantos, compartió la naturaleza humana común a todos, dice san Pablo a los filipenses (2,6-7). Si se hizo uno de tantos, en una situación histórica y geográfica concreta, debió pasar por todas las dificultades y riesgos que pasaban los recién nacidos en aquella sociedad. Una pregunta: ¿cuál era la tasa de mortalidad infantil en la Galilea del siglo primero? No he encontrado los datos, pero seguro que era muy alta. Ese era el primer riesgo que corrían todos los nacidos entonces.

La buena nueva liberadora de la encarnación divina no comienza en el ministerio de Jesús como adulto. “Por el contrario, dice Elizabeth O’Donell Gandolfo, comienza con un embarazo de alto riesgo social; con un parto humilde, desordenado y doloroso, y con el cuerpo natal de un niño chillón, dependiente y vulnerable”. Lo de alto riesgo social, además de las implicaciones que antes he notado sobre la mortalidad infantil y, por supuesto, la falta de comadrona durante el parto, tiene una implicación socio-familiar muy significativa. “No tenían sitio en el alojamiento” dice el evangelista (Lc 2,6).

El término griego traducido por alojamiento, “katályma”, designa una sala de aquellas casas de campesinos de la época, donde albergaban a los huéspedes. Lo lógico es que José, al llegar a Belén, pidiera alojamiento en casa de sus parientes. Pero ellos no le recibieron: “vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11), les enviaron a un pesebre, comedero del ganado, que sin duda se hallaba instalado en la pared de su pobre casa. ¿Cómo es posible que la propia familia de José no quisiera recibirles? Probablemente estaban escandalizados de un embarazo no previsto, tan no previsto que el nacimiento estaba a punto de producirse a los pocos meses -bastantes menos de nueve- de matrimonio. Un auténtico escándalo para gentes religiosas y bien pensantes.

El amor divino, en la Encarnación, comienza por enfrentarse a una inevitable vulnerabilidad. Fijarnos en el vulnerable niño Jesús y recordar la dependencia de todo niño de sus cuidadores, nos recuerda que la vulnerabilidad es una dimensión de toda vida humana. Siempre dependemos de alguien y siempre estamos enfrentados a la amenaza del dolor, del sufrimiento, de la marginación, de la maledicencia y de la muerte. La respuesta a la vulnerabilidad es el cuidado. El cuidado que tuvieron José y María del niño Jesús, y el cuidado que debemos tener los unos de los otros.