Olor a Evangelio

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El 3 de junio era asesinado brutalmente un joven español a manos del jihadismo en Londres. Ignacio Echeverría. Conscientemente he esperado que transcurriera todo el boom informático que su gesto, considerado heroico, se volatilizara en las redes sociales. El vértigo de las «últimas noticias» siempre nos invade, con cierto aire de periodismo amarillo, llamado a sobresaltar el peor morbo que todos llevamos dentro. Es seguro que hoy (y siempre), algo más de 20 días después de la pérdida innecesaria e injusta de su vida, Ignacio permanezca en el recuerdo de sus más cercanos: familiares, amigos, conocidos, aquéllos que sí que le querían, y no como un «producto» informativo, sino como ser humano, como persona. Desde aquí, sencillamente, humildemente, imperceptiblemente, mi emoción, mi gratitud, mi admiración, mi respeto.

Porque gestos como los de Ignacio, gestos/límite que llegan a entregar lo que más amamos, nuestra vida, escasean sobremanera en el mundo del «sálvese el que pueda».

Días antes de su inmolación por amor gratuito a una persona desconocida, escribí mi última entrega que titulé «cierto olor a odio». Lo escribí con desgarramiento y hasta con desesperanza. Ignacio Echevarría respondió a mi escrito entregando su vida y desdiciendo el argumento central de mis palabras. Junto a él, un número importante de bomberos expusieron sus vida en el terrible incendio de Portugal de hace unos días. También la vorágine de los medios han dejado ya de hablar de ellos; han dejado de «ser noticia». El fuego se apagó, y tal vez también, el recuerdo, la gratitud, de muchos de nosotros. También ellos contradijeron mi escrito de semanas atrás. No sólo puede haber «cierto olor a odio», sigue habiendo mucho «olor a Evangelio».

Porque las donaciones extremas de vida, de Ignacio y los bomberos de Portugal, huelen a Evangelio; a humanidad; hayan nacido de la fe cristiana o de un amor con diferentes puntos de partida hacia «la humanidad». Por eso debo darles las gracias, poner en solfa y entre paréntesis mi percepción de un «cierto olor a odio» a escala de gente anónima. Ni Ignacio ni los bomberos eran conocidos antes de su gesta; eran gente anónima a quienes sólo conocían los más cercanos. Ignacio, creyente en Jesucristo (algo muy poco resaltado desde los «medios»: ¡eso no vende, no es demasiado políticamente correcto!) y los bomberos lusos, me han dado una buena lección. Algo así como «a pesar de todo existe un gran olor a humanidad, a Evangelio, en mucha gente anónima». Un título demasiado largo, pero suficientemente  esperanzador.

1 COMENTARIO

  1. HUELE A EVANGELIO EN LA PERSONA DE JUAN JUAREGUI, EN SU MUSICA, EN SUS CANCIONES, EN SU VIDA,
    HUELE A EVANGELIO EN EL MAESTRO O MAESTRA DE EESCUELA QUE NO DESESPERA Y HABLA CON UN PADRE O UNA MADRE PARA QUE SU HIJO APRENDA A VALERSE POR SÍ MISMO
    HUELE A EVANGELIO EN LA ORACION CALLADA DEL ROSARIO DE UNA ANCIANA QUE ESPERA Y AMA EN LA DISTANCIA Y LA SOLEDAD…
    HUELE A EVANGELIO EN EL AMANECER Y EN LA NOCHE, EN LA FLOR Y LA ESCARCHA, EN LAS ESTRELLAS Y EL SOL.
    HUELE A EVANGELIO EN QUIEN LUCHA POR UN MUNDO MEJOR Y SONRÍE A LA VIDA PESE A LAS DIFICULTADES.
    HUELE A EVANGELIO EN TANTOS VOLUNTARIOS Y VOLUNTARIAS QUE DAN SI TIEMPO POR UNA CAUSA JUSTA O SOLIDARIDAD.
    HUELE A EVANGELIO EN CADA HOSPITAL DONDE MÉDICOS, ENFERMERAS, CELADORES Y ENFERMOS CONVIVEN POR LA SALUD…
    HUELE A EVANGELIO EN MEDIO DEL TERRORISMO PORQUE ALGUIEN ESCUCHA, AMA Y ESPERA UN MUNDO MEJOR.
    SEAMOS OPTIMISTA Y SINTIENDO EL AMOR DE DIOS PADRE SEAMOS LUZ Y SAL PARA ESTE MUNDO.

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