jueves, 25 abril, 2024

CUANDO DECIMOS «JÓVENES», ¿DE QUIÉN HABLAMOS? (I)

Juan María González Anleo es un sociólogo joven, riguroso y comprometido. La entrevista que nos concede es dura, dice que se sigue esperando que los jóvenes vengan y, cuando nos acercamos, es un acercamiento tímido y «patoso». Su capacidad de observación e interpretación nos deja algunas claves para «cambiar el paso». Dice que con los jóvenes, estamos en un momento decisivo para «mover ficha», ¿seremos capaces?

¿Es importante la sociología para la misión de la Iglesia y de la vida religiosa?

Curiosa pregunta… primero porque nunca me la habían planteado; y segundo, por el desprecio que se muestra muchas veces por la disciplina sociológica como una pseudo (o para-) ciencia que se dedica a cuantificar todo lo cuantificable, a poner la etiqueta con el porcentaje correspondiente a cosas y a personas, así como por el desprecio por los sociólogos como simples voceros de porcentajes. Yo, como es evidente, no tengo esa idea de la sociología… ni de lejos. La sociología es una forma de observar, no digo de ver, ni siquiera mirar, sino de observar lo que nos rodea, específicamente la vida social. Observar, observar y… seguir observando. Y si es posible, el máximo tiempo posible, en silencio. En mi opinión hoy se observa poco, poquísimo y se escucha también poquísimo… y esa es la razón fundamental por la que creo que se entiende poquísimo también todo lo que está sucediendo.

Centrándonos en la vida religiosa, en la Iglesia y en su misión concretamente, la sociología es esencial. Decía Marx que ya no era hora de entender la realidad, sino de cambiarla… pero desde entonces ha pasado siglo y medio aproximadamente… Creo que a veces nos puede el arrebato de tratar de cambiar las cosas y nos lanzamos sin pensar. Y es más que evidente que las cosas necesitan cambiar, fuera y dentro de la Iglesia, que duda cabe. Pero, a diferencia de Marx yo creo que hoy no es momento ni de comprender ni de cambiar, sino de un paso previo a las dos: de callar y observar.

Creo que la Iglesia, por lo menos cierta parte esencial de ella, no tiene costumbre de escuchar. La perdió hace mucho. Y muchos actores de primer orden dentro de Ella recorren el mundo con su molde en la mano aplicándolo a todo y a todos sin ni siquiera pararse a escuchar dos minutos seguidos, pensando que la gente es la misma que hace 20 o 50 años, que los problemas son los mismos y que las soluciones estaban ahí desde el principio de los tiempos. Viejas fórmulas que no servían ni siquiera cuando las aprendieron, hace ya una eternidad (quizá fuese solo hace 20 años, pero es que ese tiempo es hoy en día una eternidad). Y por supuesto no estoy hablando del Evangelio. ¡Ojalá fuera el Evangelio!

¡Ojalá! El Evangelio conecta, creo yo, con la esencia más profunda del ser humano, pero la Iglesia, desde el papa Francisco hasta el más pequeño de sus miembros, ha de saber interpretar ese (llamémosle) universal que Jesucristo nos enseñó y nos dejó como legado, a una realidad y a unas sensibilidades nuevas, complejas y, además, (lo siento pero es que es así) en cambio per-ma-nen-te. A veces me imagino a Jesucristo mirándonos y diciendo: ¡yo ya os di las Bienaventuranzas… observad y evolucionar para poder aplicar lo que yo os enseñé hoy! Para eso me parece esencial el pensamiento sociológico.

 

Si tuvieras que señalar tres rasgos positivos en las franjas que solemos denominar jóvenes, destacarías…

En primer lugar, un aumento de la empatía y la sensibilidad hacia las minorías que sufren y estoy hablando desde los animales, algo muy destacado a día de hoy, como frente a colectivos con algún tipo de discapacidad, personas con tendencias sexuales “diferentes”, personas con sobrepeso, etc.

En segundo lugar, el papel reconocido por lo jóvenes de sus familias, así como de los amigos, que desempeñan ahora el papel de segundas familias, según estudios en EEUU y en Alemania. Cuidado con confundir cosas: no existe una crisis de la familia actualmente. Existe una crisis de la familia tradicional, compuesta por un hombre, el padre, una mujer, la madre y uno o varios hijos. Existe también una crisis de la familia proyectada, es decir, de formar una familia, pero no me parece que eso se deba principalmente ni a una crisis de valores por parte de los jóvenes ni de su aislamiento social sino a una sistemática pauperización  de la juventud, a la que están contribuyendo tanto los gobiernos como las empresas. Para los Sinkies (parejas con un solo ingreso y sin hijos) como les ha llamado un reciente Informe de Cáritas Europa, tener un hijo es un lujo que no pueden permitirse cuando, si se independizan, no tienen ni para llegar a fin de mes sobre todo cuando no saben, gracias al bonito eufemismo de flexibilidad laboral, si tendrán trabajo al mes siguiente…

Me parece, por último, que la juventud actual tiene un espíritu más femenino, algo que hay que tener en cuenta a la hora de entender la revolución feminista que estamos viviendo y de la que solo hemos presenciado el principio. La leve igualación de sexos que se produjo en los 90 se hizo fundamentalmente por la aproximación del modelo femenino al masculino, especialmente en el mundo empresarial. Hoy en día los jóvenes varones creo que están empezando a no tener miedo a interiorizar cualidades que históricamente han sido típicas del rol femenino… la empatía de la que hablaba antes es una de ellas, la sensibilidad, el darle importancia a los detalles… son muchas. La igualación por ese flanco ya comenzó con la metrosexualidad, solo que en aquel momento era fundamentalmente algo comercial. Ahora es algo más integral, aunque falta mucho para que se complete ese proceso, me parece…

 

Acabas de publicar un estudio muy completo y ambicioso «Jóvenes españoles entre dos siglos». De las conclusiones a las que has llegado, ¿qué es lo que más te ha sorprendido?

Pues… bastantes cosas, la verdad. Por ejemplo, que durante todos estos años ha ido decreciendo la acción política del joven, con algunos picos, pero sin retomar de nuevo el vuelo… En la última encuesta hemos comprobado que existe una radicalización y que los jóvenes se han vuelto más conscientes de su papel en la política si quieren que las cosas cambien… pero sin aumentar su participación, algo contradictorio, pero tremendamente revelador de lo que es una generación (la generación click se la ha llamado más de una vez) acostumbrada a que sucedan cosas con solo hacer un movimiento de dedo. Cuando ven que no sucede nada, por mucho que piensen que su papel es importante, simplemente se quedan quietos.

Nos ha llamado la atención también la escasa valoración que hacen los jóvenes de la democracia en España, de la tolerancia y de otras cuestiones vitales para el desarrollo de una sociedad sana.

En el ámbito de la religión –a mí personalmente– me ha sorprendido la fuerza con la que la tercera ola de secularización está arrasando el panorama religioso y la formación de bolsas de católicos que están, en mi opinión, a punto de caer. (Vr 4/125 [2018]) 

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