VIDA AFECTIVA Y COMUNIDAD

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(Josefina Castillo, aci). La vida afectiva es la fuerza más poderosa que mueve al ser humano, lo polariza e incluso lo maneja si no está atento a “ordenar los afecto”, como dice S. Ignacio en los EE, 21. Los sentimientos de cada miembro dejan una impronta en la vida comunitaria y van definiendo la conducta del grupo. Sin darnos cuenta se van creando estados de ánimo, que aunque son individuales se vuelven contagiosos y luego colectivos.

En la vida de comunidad, desde los “buenos días”, reaccionamos de acuerdo al ambiente que percibimos: tensionados, si hay miembros negativos, indiferentes; o animados, si hay quien manifiesta la alegría de vivir, incluso sonríe y pone buena cara ante el café caliente, el pan crocante y el queso fresco. Toda comunidad vive al vaivén del estado de ánimo de sus miembros. De ahí la importancia de conocernos y asumir que así como a mí me afectan los estados de ánimo de los demás, también mis estados de ánimo afectan al grupo.

La comunidad se construye cada día entre todos. Luego somos responsables del hermano, que habiendo dejado el hogar paterno y otras posibilidades, tiene derecho a vivir un ambiente que le ayude a crecer, servir, llorar, reír, en fin, sentirse en familia, disfrutar su opción de vida, donde todos se pueden mirar a la cara porque hay respeto, confianza, identidad con un carisma, con un estilo de vida propio y con una “llamada” de Jesús para estar con Él, al servicio de los pobres, que somos todos, de alguna manera. Quizá se nos olvida que la comunidad es un don de Dios, de origen trinitario. Aunque haya miembros “caritristes”, desequilibrados afectivamente o con otras características poco fraternas, la verdad es que Dios nos ama a todos, y es más probable que vayamos madurando si experimentamos la misericordia del grupo que si somos rechazados y excluidos.

Saint Exupéry, en El Principito, nos revela un secreto muy simple que daría mucha vida a nuestras comunidades religiosas: “no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. Si miramos a nuestros hermanos con el corazón, encontraremos en cada uno los dones invisibles a nuestros ojos. La comunidad sería la verdadera escuela del afecto.