RECONOCER LOS SIGNOS DE LA RESURRECCIÓN

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(Diana Papa, clarisa).Este tiempo, vivido desde la presencia de Dios, nos permite revisar nuestra vida espiritual, la calidad de nuestra relación con el Señor, la apertura de nuestro corazón a Quien nos perdona, nos regala su misericordia y nos abraza con su ternura. Más aún: nos ofrece la posibilidad de cultivar y consolidar evangélicamente las relaciones humanas para ser siempre con el otro y para el otro. Nos humaniza y nos hace capaces de convertirnos en don, de cuidar a los hombres y mujeres que nos encontramos en el camino, como Dios hace con cada ser humano. Es un tiempo propicio para descubrir en el proceso de fe aquello que es verdaderamente esencial para la existencia cotidiana: aprender de la relación profunda con Dios para vivir siempre en caridad con todos.

Solo con las huellas de Jesús resucitado impresas en nuestro corazón podemos comprender los signos de su presencia en la historia, sobre todo donde la vida es amordazada y donde el sentido de la muerte no está claro. Reconociendo la presencia de Cristo resucitado sobre los caminos del universo, nos hacemos testimonio creíble de su Resurrección. Para vivir esta realidad en plenitud, nos pide construir puentes que dan continuidad a la relación ininterrumpida de Dios con la humanidad; nos pide que demos valor a la existencia a menudo manipulada o apagada por el egoísmo individual o grupal; nos pide que acojamos al otro tal como es, en su unicidad e irrepetibilidad; nos pide, en fin, que vivamos la dimensión mística de la vida.

El Resucitado nos envía entre aquellos que no cuentan. Nos pide que vayamos al mundo de los excluidos, al mundo de los pobres de pan, de sentido o de amor, a menudo colocados en los márgenes de la historia donde se les ha oscurecido la dignidad. Nos invita a usar un lenguaje comprensible con quienes nos encontramos para poder discernir juntos los signos de la Resurrección de Jesucristo presentes en la vida de cada uno y en la historia. Nos invita a creer, contemplando al Resucitado, que es posible un mundo de justicia, paz y alegría.