El Evangelio del domingo recoge dos dichos de seguimiento de Jesús a cada cual más duro. Es cierto que son frases (refranes) que destacan la peculiaridad de profeta itinerante de Jesús que no tiene domicilio fijo y la urgencia del anuncio del Reino, por encima de todo lo demás, incluso del deber sagrado de dar sepultura a un padre. Ese extremismo jesuano escandalizaba y escandaliza.
Hoy son momentos, como los de antes, en los que estás frases de Jesús siguen rompiendo lo más íntimo de nosotros mismos. El tiempo se ha ido encargando de suavizarlas, de relativizarlas, como tantas otras, pero en algunos siguen resonando con fuerza. Tienen la ventaja de relativizar muchas cosas, de poner en camino, de poner en valor (como hoy se dice) ese tesoro que un día encontramos por casualidad en nuestro campo y por el que empeñamos la vida.
Tienen como inconveniente el exceso del desapego absoluto de cualquier forma de amor, de cariño, de ternura. El creerse centro absoluto y convertirse en juez inmisericorde de los demás. El no hacer «nido» en ningún lugar, el no crear hogares sino funciones y utilidades, convirtiendo a los otros en peones para nuestro propio juego que quizás no coincida con eso que llamamos Evangelio.
Jesús, tan humano que tenía que ser Dios, sabe distinguir y crear hogares allí donde solo existía la soledad y la exclusión. Sabe valorar los gestos inútiles como el de la mujer que vierte su esencias sobre él en lugar de venderlas para darle el dinero a los pobres (tan de economía efectiva y liberal), sabe dialogar con las mujeres que están confundidas como esa samaritana a la que la vida se le fue imponiendo sin saber muy bien por qué, sabe de abrazos de un Padre que acoge sin pedir nada a cambio y restituye el anillo, el cordero cebado, el hogar abandonado, sabe que en su pecho reposó, sin prisas, en la hora decisiva, aquel que tanto lo amaba y a quién él tanto amaba como gesto que no necesita palabras, sabe que los lobos gustan disfrazarse de cordero para poder devorar mejor y sin problemas de conciencia, sabe lo que es llorar por un amigo muerto y regalarle de nuevo la vida aunque que la envidia y el miedo se la vuelvan a robar, sabe en esencia de la compasión y pone soluciones allí dónde solo había soledad y muerte, y sabe con esa sabiduría tan humana que sólo puede ser de Dios que la vida vivida con intensidad y a fondo perdido crea espacios de esperanza diminutos que se pueden acrecentar por pura gracia.
Jesús sabe de zorros, de pájaros, de muertos, pero sabe como hay que saber: regalando todo lo que le fue regalado, hasta el extremo del amor.