Amanece, que es mucho
Normalidad y profecía de la vida consagrada en el siglo XXI
Hace unas décadas José Cristo Rey proponía el proceso transformador de la vida consagrada bajo el sugerente título: Un largo amanecer. Hoy, trascurrido el tiempo, han cristalizado muchas intuiciones, se han formulado nuevos estilos, se constata que el hecho de amanecer es, en sí, una posibilidad. En ella hay que centrar el esfuerzo y formular los nuevos prototipos de vida consagrada.
La perspectiva que necesita la vida consagrada ha de lograrse desde la distancia de las seguridades por nosotros creadas. No son posibles para nuestro presente ni nuestras obras, ni los estilos que generamos en el siglo XX. En un futuro próximo no podremos “atender” lo que ahora llevamos entre manos. Quedarnos en esa constatación nos quitará la paz. La visión es otra. En un futuro próximo, que ya está aquí, el Espíritu nos pide gestos inéditos, nunca sospechados por la tradición, porque en ella no están. Los cuerpos de las congregaciones, órdenes y sociedades de vida apostólica serán mucho más pequeños, significando la gratuidad del Reino entre hermanos y hermanas de la gran familia humana.
El abrazo de la debilidad deja de ser un recurso poético para convertirse en el estilo de vida, el signo de misión y el principio de fraternidad. Los carismas, esos acentos del Espíritu que escuchan y responden a los gemidos en el corazón de quien sufre, se van encontrando, sin perder originalidad, y expresando su fuerza, en fraternidades creíbles, constituidas por iguales, enamoradas de la gratuidad, la ecología y la posibilidad. Enamoradas de la humanidad, porque la humanidad es la expresión más clara de un amor de Dios que se mantiene inquebrantable, expresivo y rotundo.