Vivir en Cristo, alabando siempre al Padre:

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“«Yo Soy» me envía a vosotros”. Entra, Iglesia de Cristo, en el misterio de la misión, para la que es llamado Moisés.
Entra y verás que nadie, sin morir, podría acercarse a Dios, porque Dios es santo: él es la santidad que todo lo hace sagrado. Nadie podría acercarse, pero te acerca a él su llamada; te acerca a él la opresión que padeces, pues él la ve; te acerca a él la queja que expresas, pues él la oye; te acerca a él el amor que te tiene, porque Dios ha querido amarte, porque Dios te ha querido cerca. Y porque te ama, bajará a librarte, a sacarte de la tierra de la esclavitud, para llevarte a una tierra de libertad, tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel.
Llégate al misterio de la misión de nuestro Señor Jesucristo: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”; “ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo”.
Reconoce en Jesús la mirada de Dios sobre tu necesidad; la atención de Dios a tu queja; el amor infinito de Dios sobre tu vida.
Este divino misterio aparece iluminado por el amor, y para todos abre Dios un camino de libertad, un camino hacia la vida. Con toda verdad puedes decir: “El Señor es compasivo y misericordioso”. Pero, al mismo tiempo, todo en este misterio se ve oscurecido por una sombra de muerte, ya que puedo ser rebelde y no agradar a Dios, puedo no convertirme y perecer.
Entra en el misterio de la Eucaristía que celebras: Es el sacramento del amor con que Dios se ha fijado en ti, de la compasión con que te recibe, de la misericordia con que te abraza. ¡Puedes, sin embargo, comer y morir! Escucha la palabra de Jesús: “Si no os convertís”, si no reconocéis al que da la vida para que tengáis vida, si no reconocéis al que os lo ha enviado, “todos pereceréis de la misma manera”.
“Hasta el gorrión ha encontrado una casa, la golondrina un nido, donde colocar sus polluelos: tus altares, Señor de los ejércitos, Rey mío y Dios mío”. Si recibes a Cristo, pon en él tu morada, en tu Rey, en tu Dios. Dichosos los que, en Cristo, alaban siempre a Dios.
Feliz domingo.

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