«Más que una foto» Revista Vida Religiosa,9/125 (Noviembre 2018)
La vida religiosa, un lugar para los jóvenes
Verónica M. Gutiérrez Miranda, es religiosa de La Pureza de María, nacida en León de Nicaragua hace 42 años. Empezó su formación en Sant Cugat, Roma y Bilbao, posteriormente fue destinada a Tenerife, Cumaná (Venezuela) y Bucaramanga (Colombia). Las diversas experiencias pastorales le han dado una gran riqueza y visión.
Su actividad pastoral la ha desarrollado principalmente en la educación de adolescentes en colegios de su congregación o en colegios de la institución “Fe y Alegría”, también es-tuvo de formadora de postulantes y organizando algunas actividades de pastoral vocacional. Desde el curso 2015-2016 es maestra de novicias en el noviciado de Sant Cugat del Vallés (Barcelona), unos meses antes empezó a formar parte del Consejo General de su Congregación.
Como religiosa nicaragüense, ¿cómo estás viviendo la situación de tu país?
Siento un profundo dolor por tantas muertes, por la persecución y criminalización de quien no comulga con el gobierno, por la violencia a la que está siendo sometido mi país por una élite que lo mal gobierna desde hace mucho tiempo.
En Nicaragua estalló un descontento social que se había ido enquistando desde hace algunos años, el malestar se debe a la corrupción y mala gestión de los recursos públicos por parte del gobierno, a la paulatina destrucción de las instituciones democráticas, así como a la represión contra quienes denuncian las violaciones a sus derechos humanos y constitucionales.
Con orgullo y admiración estoy viendo el protagonismo, la paciencia, la fortaleza de la sociedad civil que persiste en la protesta pacífica como única salida para un cambio en Nicaragua. Esta muestra de rebeldía social, que grita “no más vulneración de los derechos humanos”, se inició por la solidaridad de los estudiantes con los jubilados y fue respaldada por diversos colectivos sociales que han sufrido violación de sus derechos. Estamos ante una muestra de que la juventud es capaz de soñar con un mundo mejor, de arriesgar su vida hasta la muerte, en definitiva, de hipotecarla para entregarse por su sueño hasta verlo hecho realidad, no en vano el obispo auxiliar de Managua, Mons. Silvio Báez, llamó a los jóvenes “el reducto moral de Nicaragua”.
La vida religiosa se enraíza en las situaciones humanas. Como maestra de novicias, ¿cómo viven las jóvenes su responsabilidad con este mundo?
Las jóvenes no son indiferentes a las distintas pobrezas que hay en nuestro mundo, para nada. Al contrario, cuando descubren realidades deshumanizantes que suponen cualquier tipo de pobreza o injusticia, se despierta su creatividad, son espontáneas para plantearse posibles formas de ser cercanas a quienes padecen dichas realidades y contribuir a mejorar o hacer más llevadera esas situaciones; les resulta cómodo, e incluso viven como una riqueza, involucrarse en instituciones ajenas a la Congregación para aportar su servicio en proyectos sociales que atiendan esas necesidades.
Esta sensibilidad la vemos en los jóvenes de nuestro entorno; si se les plantea, si se les pone en situación, se dejan interpelar y responden.
¿Es fácil el acompañamiento de las nuevas vocaciones?
Considero que no es posible hablar de facilidad o dificultad al tratar el tema del acompañamiento, puesto que la vida de las personas no transcurre por una senda claramente definida desde el inicio, se van dando pasos, haciendo opciones que alejan o conducen al deseo más profundo que motiva en la vida; y aunque hay una llamada a la vida religiosa propia de cada Instituto, cada persona es y responde a Dios desde lo que es, por tanto no hay un patrón en el acompañamiento, hay herramientas que ayudan a acompañar las vidas de las personas que se acercan a nuestras casas.
Hay que asumir que en el acompañamiento vocacional hemos de contar con las tensiones de las crisis y las posibilidades que estas traen, eso exige invertir energías personales de quien acompaña y del acompañado; también hay otros momentos para admirarse por la obra de Dios, que pone orden en la vida, que integra a la persona. En el acompañamiento tanto el joven como el acompañante aportan elementos que lo favorecen y otros que no.
Cuando los jóvenes vienen a nuestras comunidades ¿Qué están buscando?
Creo que simple y sencillamente, buscan ser felices. Felices en una propuesta de vida, que atrae cuando ven religiosos alegres, que les presentan un horizonte de vida más amplio, que les saca de su mundo, que les hace experimentar una relación personal con Dios como un ser cercano a su realidad, un Dios que toca las necesidades de las personas y se vale de personas, como ellos para atenderlas, es más, que cuenta con ello.
Buscan el lugar para ser ellos mismos, un espacio y un tiempo donde vivir en plenitud desde eso que son en verdad y desplegar todo cuanto pueden ofrecer, creo sinceramente que no quieren vivir en la comodidad de su sofá, quieren algo más en la vida, y el encuentro con el Dios de Jesús, les empuja a ver más allá de sus intereses.
¿Hacia qué vida religiosa acompañamos a nuestros jóvenes?
No puedo decir que haya una única orientación, por una parte está lo que deseamos vivir, una vida religiosa que se deja cuestionar por el mundo en el que vive, que aspira a escuchar, sanar, cuidar, acompañar a nuestros hermanos en sus múltiples situaciones, en el ritmo frenético y a veces deshumanizador que viven ciertas sociedades, o en las sociedades llenas de vida y de expectativas insatisfechas de mejores condiciones; por otra parte nos encontramos con que vivimos nuestro deseo hasta donde podemos, contando con nuestras fuerzas y limitaciones, personales e institucionales.
Entonces diría que estamos acompañando a la gente joven, a una vida religiosa que desea seguir creciendo en la búsqueda de su significado y de su manera de hacerse presente en el mundo y en la iglesia de hoy, siempre desde su unión íntima con la vida de Jesús.
Tu comunidad de noviciado es multicultural… ¿Estamos logrando ser interculturales?
Muchas veces se logra vivir la interculturalidad como riqueza, en algunos casos cuesta, como todo lo humano implica un proceso, involucra a personas concretas, y alimenta y fortalece unas dinámicas más o menos evangélicas.
A todos los elementos que se han de tener en cuenta, en los procesos de relaciones fraternas que se establecen en nuestras comunidades, añadimos el de la interculturalidad. Provenimos de diferentes continentes y países, y de distintas regiones dentro de esos países; cuando hay cambio de miembros en la comunidad, se inicia el proceso de formar una comunidad distinta, yo observo que entre la gente joven la diversidad cultural no es necesariamente un obstáculo para establecer relaciones fraternas y de amistad entre ellas.
No es solo porque conocen más de otras culturas, sino que les atrae y sienten un cierto respeto, admiración e incluso curiosidad por lo distinto, aunque esa actitud positiva no las exime del esfuerzo de salir de lo suyo, para intentar comprender el mundo del otro; los recelos de lo distinto, la seguridad que da lo ya conocido, lo propio, eso sigue estando. Lo que he podido comprobar es que a medida que el crecimiento humano y vocacional se va dando en las personas y en el grupo, se va integrando el elemento intercultural como riqueza para las relaciones interpersonales en la comunidad.
Se celebró el Sínodo sobre los jóvenes… ¿Tiene la vida religiosa posibilidad de hacerse capaz para los jóvenes? ¿Qué tendríamos que cambiar?
La vida religiosa sí que tiene posibilidad de hacer en ella un espacio para los jóvenes; ellos mismos nos van ayudando a comprender de qué manera podemos crecer en acogida del regalo que recibimos en ellos.
Los que estamos y los que llegan a la vida religiosa, en actitud de verdadera escucha, y con el deseo puesto en seguir a Jesús, tenemos el desafío de buscar juntos cómo y de qué manera podemos hacerle presente desde este estilo de vida; claro que esto supone abrirse, abrirse a un amplio abanico de formas que puedan expresar lo nuclear de la vida religiosa.