No me preguntéis qué es la mística, pues no sabría decirlo, aunque sospecho que tenga mucho que ver con la experiencia del misterio, con ‘los sentidos’ de la fe, con ese ‘ver’ y ‘oír’ al que hacen referencia los apóstoles cuando dan razón de la fuerza que les obliga al testimonio: “No podemos menos de contar lo que hemos visto y oído”.
De eso se trata: Ver, oír, contar. Son ésos los verbos de la experiencia pascual: “El ángel habló a las mujeres… Ha resucitado… Venid a ver el sitio donde yacía, e id aprisa a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis… Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro. Llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos”.
Oír, ver, temer, alegrarse, correr, anunciar: Mística y testimonio.
El misterio de gracia que las mujeres y los otros discípulos vivieron de manera asombrosa, sorprendente y oscura en el día de la resurrección de Cristo, ese mismo misterio vivimos nosotros en la memoria de los acontecimientos, en su representación ritual, en los sacramentos que Cristo nos dejó para la edificación de su cuerpo que es la Iglesia.
Considéralo, hermana mía, hermano mío, considera si puedes decir con verdad: “El Señor sacó a su pueblo con alegría, a sus escogidos con gritos de triunfo”.
Creer es ver. Si has creído que Cristo ha resucitado, entonces has oído y has visto que “el Señor sacó a su pueblo”, has oído y has visto de dónde lo ha sacado, has oído y has visto a dónde lo ha llevado, has oído y has visto con qué poder lo hizo y con qué alegría los condujo. Si has creído que Cristo ha resucitado, entonces has oído y has visto que “el Seños te sacó con alegría, te condujo con gritos de júbilo”.
De dónde ha salido Jesús, de dónde la Iglesia, de dónde has salido tú: de la opresión, de la esclavitud, de la oscuridad, del llanto, del luto, del pecado, de la muerte.
A dónde nos ha llevado el Señor: a la ciudadanía del cielo, a la liberación, a la luz, a la alegría, a la fiesta, a la gracia, a la justicia, a la vida.
Con qué poder: con el poder de la debilidad, con el poder del amor, con el poder de la cruz.
Considera, Iglesia cuerpo de Cristo, que no hiciste tu éxodo «como Cristo», sino que lo hiciste «en Cristo»: y si no puedes ya verte separada de tu Señor en la salvación experimentada, no te separes de él en el reconocimiento, en la alegría, en el asombro, en la alabanza: “Te doy gracias, Señor, porque me escuchaste… Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.
Creer es ver. Espabila el oído para que veas con claridad. Escucha la palabra el apóstol: “Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo, os habéis revestido de Cristo”. Primero escuchas: crees. Luego te ves: revestido de Cristo. Oyes, ves, te asombras, alabas, corres y anuncias lo que has oído y has visto.
Ésta es, queridos, la verdad más honda de nuestra Pascua: Escuchamos a Cristo resucitado, creemos en él, creyendo comulgamos con él, resucitamos con él, damos gracias con él. Aquí creemos, aquí vemos, aquí somos enviados, de aquí saldremos para ir y anunciar a todos lo que hemos visto y oído.
Ésta es la lógica de la misión: Ir de la experiencia mística al testimonio de fe.
Oír, ver, temer, alegrarse, correr, anunciar: Mística y testimonio.