“VER A JESÚS”

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Es un deseo, es una súplica.

También nosotros, como aquellos griegos de los que habla el evangelio, vamos diciendo nuestro “quisiéramos ver a Jesús”.

Para ellos y para nosotros, “ver” significa “creer”, “creer” significa “seguir”, “seguir” significa “ser”.

Eso es lo que deseamos, eso lo que pedimos: “Ver a Jesús”, “creer en Jesús, “seguir a Jesús”, “ser Jesús”.

Como aquellos griegos, también nosotros buscamos entrar en el mundo nuevo, en la nueva alianza que Dios ha prometido hacer con su pueblo; buscamos entrar en el mundo de Jesús, el mundo del hombre nuevo que lleva metida en el pecho, escrita en el corazón, la ley del Señor.

Ahora, Iglesia cuerpo de Cristo, considera el misterio que revives en la eucaristía dominical: hoy te acercas al que deseas ver, escuchas al que pides seguir, comulgas con el que quieres ser, y oyes cumplidas hoy para ti las palabras que resonaron como una promesa cuando fueron pronunciadas sobre el pueblo de Israel: “Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”.

Lo podemos decir así: en comunión con Cristo Jesús, somos uno con él; adonde vayamos, él va con nosotros; adonde él vaya, nosotros vamos con él.

Y porque no pienses que ésas son palabras caprichosas, escúchalas dichas por tu Señor: “El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí estará también mi servidor”.

“Allí”, dice.

“Allí” donde esté Jesús, estaremos nosotros también.

Y el corazón intuye que, diciendo “allí”, se nos está hablando de la tierra en la que Jesús ha de caer y morir para dar fruto, de la tierra en la que él ha de ser levantado y atraer.

La palabra se refiere a Cristo Jesús que es nuestra cabeza, y a nosotros que somos su cuerpo: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”.

Hemos pedido creer: hemos pedido morir.

Hemos comulgado con Cristo Jesús: hemos dejado que Dios escriba en nuestro corazón las tablas de la ley de la nueva alianza.

Hemos pedido ver a Jesús y, si lo hemos visto, si hemos creído, si lo hemos seguido, si somos él, podrán verlo en nosotros todos los que preguntan por él, y tal vez pregunten también por él los que no le han visto nunca.

Considera a quién has visto, y asómbrate de lo que eres.

Hemos visto al Sumo Sacerdote de los bienes definitivos, al que, “aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que le obedecen, en autor de salvación eterna”.

Hemos visto al Verbo que se hizo carne, a la Palabra que acampó entre nosotros, “Dios Unigénito que está en el seno del Padre y nos lo ha dado a conocer”.

Hemos visto el sacramento de la caridad que es Dios, “porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.

Eso, otro Cristo, sacerdotes, profetas y reyes al modo de Cristo, es lo que estamos llamados a ser para que, en nosotros, todos puedan ver a Cristo, para que todos, creyendo, lleguen a ser Cristo.