Cuando llega esta época de verano, es más que necesario cambiar de aires, de actividad, de ritmo. Es bueno desactivar ese dinamismo que fortalece al alma: la rutina. El cambio, durante un tiempo, hace coger con más ímpetu los mecanismos cotidianos que fortalecen el cuerpo y el espíritu.
Es bueno cambiar de lugar, de casa, de territorio. Pero nunca de dueño. Que Dios siga siendo el Señor de mi tiempo, de mi corazón, de mis sueños. Que Dios sea siempre y en todo lugar, el amor de mi vida, ese amigo que nunca falla. Que Dios custodie siempre mi familia, mis seres queridos, mis afanes. Que en Él descanse mi alma. Así lo reza el salmo 61: “Solo en Dios descansa mi alma, porque de él viene mi salvación. Sólo él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré”.
Jesús se refiere, no pocas veces, a este descanso, a este apartarse a un lugar tranquilo. En este último domingo del mes de julio, donde iniciamos la lectura de ese capítulo 6 del evangelista Juan, referido al discurso del Pan de Vida, el autor del cuarto evangelio terminaba así: “Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo (Jn 6, 15). No se nos puede escapar esta gran lección del Maestro: Jesús descubre que la multitud lo quieren porque les ha solucionado el hambre. Y entonces, sí, lo quieren proclamar rey. Pero a Dios hay que aprender a no quererle así, porque entonces sería un amor interesado, una estrategia nefasta de relación buscando beneficios. El amor nunca puede ser con relación a los beneficios recibidos. El amor verdadero es aquel que no espera nada, aquel que todo lo entrega, ese que perdona las heridas, excusa siempre y que se acoge siempre, se sienta o no; te regale bondad o vacío; se haga presencia o ausencia. Todo lo que se vive en el amor fuera de estos parámetros es un amor envuelto en papel brillante de la marca “egoísmo”. Ese es el amor fácil, frágil. Ese no es el amor que nos propone Jesús.
Un amor despojado de todo ego hay que cultivarlo, cuidarlo, regarlo, hacerlo crecer en el desierto de la entrega generosa, despojada de toda pretensión de aplausos, de reconocimientos, de ruidos ensordecedores. ¿Y dónde se encuentra esa escuela que te cualifica en ese tipo de amor?: En el silencio, en la oración, en el lugar apartado para estar tranquilo, en los ratos de desconexión de todo ajetreo, en esos tiempos en que le das la mano a esa gran amiga que tanto nos enseña: la soledad.
Y es para eso para lo que Jesús se retira a descansar; para lo que hay que buscar fuentes tranquilas, caminos serenos, rincones diferentes: para reparar las fuerzas, para recibir el abrazo del Padre, para saborear el amor, como si presente se hallase, para renovar promesas, para pedir, con calma, lejos del éxito humano, la fidelidad.
Bendito descanso. ¡Señor, ayúdame a amar como tú amas!
31 de julio de 2024, San Ignacio de Loyola Monasterio Benedictino. Las Palmas de GC.