A Amós, el Señor se lo dijo así: “Ve, profetiza a mi pueblo Israel”.
A los Doce, Jesús los llamó y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos; él los había designado para que fueran sus compañeros y para enviarlos a predicar con poder de expulsar demonios.
Y tú, Iglesia que en la eucaristía haces memoria de la entrega de Cristo Jesús, tú que eres el cuerpo de Cristo Jesús, tú que eres llamada y enviada a la humanidad entera para darle palabras de vida, has de escuchar lo que dice el Señor, pues eso es lo que a todos has de anunciar.
Escucha y profetiza: “Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos”.
Has dicho: “Dios anuncia la paz”. Y has entendido: Dios nos envía la paz, Dios nos da la paz. Entonces la fe te recuerda: Dios nos ha dado a su Hijo, nos ha dado a Jesús, y con él nos ha dado el perdón, la reconciliación, la gracia, la justicia, la alegría. Y has entendido: con Jesús, Dios nos ha dado la paz.
Luego dijiste: “La salvación está cerca de los que temen al Señor, la gloria habitará en nuestra tierra”. Y la fe puso otra vez delante de tus ojos a Cristo Jesús: en él has visto a tu salvador, has reconocido la luz que a todos ha de iluminar, la gloria que ha de resucitar a la humanidad redimida.
Y aún dijiste: “La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan”. Y no apartabas tus ojos de Cristo Jesús, en quien reconoces la misericordia con que Dios te visita, la justicia y la paz con que él te obsequia, la fidelidad con que tú le respondes.
Entonces caíste en la cuenta de que Cristo Jesús es la verdad de tu salmo, es el cuerpo de tus esperanzas, es la carne de tu fe. Y supiste que Dios no hacía magia para venir a tu encuentro; supiste que Dios se entregó a sí mismo –Dios se perdió a sí mismo- para que tú conocieras su paz; lo supiste, porque viste a Jesús recorriendo los caminos del hombre para echar demonios y curar enfermedades y dolencias; lo supiste, porque viste a Jesús morir para que tú vivieras. Lo sabes, porque hoy, en tu eucaristía, lo ves entregado a ti para ser tu paz.
No dejes de mirar al que lo es todo para ti: en él hemos sido bendecidos, en él hemos sido elegidos para un proyecto de amor, por él hemos sido destinados a ser hijos de Dios.
No dejes de mirar al que es para ti la palabra de Dios, pues lo que él te ha manifestado ser, es lo que tú, su Iglesia, su cuerpo, estás llamada a ser: Iglesia de los caminos, Iglesia de los pobres, Iglesia de los que sufren, Iglesia de todos… Iglesia sin pan ni alforja, sin dinero en la faja, sin túnica de repuesto… Iglesia sacramento del amor que Dios tiene a la humanidad entera, Iglesia sacramento de Cristo Jesús, Iglesia presencia de Cristo Jesús entre los pobres…
Tampoco tú harás magia: sólo darás tu vida al modo de Jesús, sólo serás para todos memoria viva de su presencia en el mundo, certeza de que Dios lleva siempre en su corazón a la humanidad.
Escucha a aquel cuya palabra has de anunciar. Comulga con aquel a quien has de hacer presente en el mundo. Aprende el evangelio que has de llevar a los pobres.
“Ve y profetiza”: Hoy para los pobres tú eres Jesús.