Es evidente que esto es aplicable a toda misión, pero quienes han sido elegidos para estar al frente deben buscar la manera de dedicarse a lo importante y, a menudo, lo que están haciendo es solo lo urgente. Parecería lógico responder a lo más apremiante, pero hay que detenerse a reflexionar y entonces podríamos ver que lo que hoy necesita nuestra vida consagrada es testimonio, pensando en lo necesario, previendo el futuro cercano. No se puede ver sistemáticamente a superiores mayores desbordados o cansados, en un continuo apagar fuegos, dejando para el último segundo la preparación de ciertos acontecimientos congregacionales que son la clave para el devenir comunitario y, sobre todo, misionero.
Los gobiernos no solo sirven para apagar fuegos, aunque los tiempos sean recios. Son los primeros que deben mantener la compostura, saber de Quién se han fiado, y por eso deben abrir espacios de oración, de reflexión, de formación… para el bien de la misión. Y esto a veces se hace con un gran esfuerzo porque hay que cambiar maneras de toda la vida que ya no pueden regir. Debemos mirar a nuestro alrededor con ojos nuevos y esperanzados.
«Que hay problemas», ¡como siempre!; «que somos viejos y hay más gastados», ¡me extraña…! Lo que pasa es que nos dejamos engullir por muchas cosas; no se delega lo suficiente, y si no hay en quién delegar, pues un poco de pragmatismo: sentarse, descansar, rezar, planificar qué se necesita con ilusión, y preguntarse por qué solo respondemos a lo urgente, que a lo mejor ya no es remediable.
Quizás se puede dedicar una persona a ese problema y las otras avanzan, pues cada día trae su afán y el Señor no nos pide ser superhombres o supermujeres, sino que estemos por Él y por el mundo que sufre verdaderos fuegos.