Ungidos de luz

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Lo dice el Señor al profeta, lo dice señalando a David, al más pequeño de los hijos de Jesé, al escogido para rey de Israel: “Anda, úngelo, porque es éste”.

En su confesión, lo dice agradecido el salmista que ha encontrado asilo en la serena paz de la casa de Dios: “Me unges la cabeza con perfume”.

En el libro de los signos, lo dice el evangelista que narra el encuentro de un ciego de nacimiento con Cristo Jesús, con el que es la luz del mundo: “(Jesús) Escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: _«Vete a lavarte a la piscina de Siloé»”.

El signo que viste realizado con David, con el salmista, con el ciego de nacimiento, tú, Iglesia en camino a la Pascua con Cristo, lo ves cumplido en tus hijos. Como David, ellos han sido ungidos por el Espíritu Santo para ser uno con Cristo sacerdote, profeta y rey. Como el salmista, todos han sido ungidos para sentarse dichosos con Cristo Jesús a la mesa del reino de Dios. Como el ciego de nacimiento, también ellos fueron ungidos para que empezasen a ver.

Díselo a cada uno de ellos: Te lavaste en Siloé, en El Enviado, te sumergiste en la Palabra de Dios hecha carne, en la Vida hecha carne.

Fuiste a Siloé, te bautizaste en Cristo, te bautizaste en la Luz, y fuiste iluminada, fuiste iluminado, para que fueses luz, para que fueses “en Dios”, para realizar las obras de la Luz, para realizar las obras de Dios.

Fuiste a Siloé, y te bautizaste en el que es la resurrección y la vida: Creíste y te levantaste; creíste, y Cristo te iluminó; creíste y viste; creíste y resucitaste.

Hoy escuchas, crees y comulgas con tu Siloé, con El Enviado, con la Palabra en la que está la Vida y que es nuestra Luz.

Díselo a tus hijos: En torno a la mesa de la eucaristía, hoy te sabes rey más que David, pues lo eres en Cristo Jesús, al modo de Cristo Jesús; hoy te sabes ungida, ungido, con el perfume de Dios que es el Espíritu Santo, y todos sentirán en torno a ti el buen olor de Cristo Jesús; hoy te encuentras de nuevo con el que es tu Luz, comulgas lo que la fe te promete, comulgas la resurrección y la vida.

Díselo a cada uno de ellos: Asómbrate y une tu canto al de David, al del salmista, al del ciego de nacimiento, al de todos los que han sido iluminados con la luz de Cristo, con la Luz que es Cristo: “El Señor es mi pastor, nada me falta, me hace recostar, me conduce, me guía, va conmigo”.

Asómbrate y confiesa con ellos la gracia que has recibido: “Habitaré en la casa del Señor por años sin término”.

En esa casa, en Cristo Jesús, hemos entrado por el bautismo.

La eucaristía que celebramos es memoria permanente de Cristo Jesús, memoria permanente de la casa en la que hemos entrado, memoria permanente de la familia a la que pertenecemos, memoria permanente de la abundancia con que nuestro Dios nos acoge en su casa, memoria permanente de la bondad y la fidelidad con que Dios nos acompaña siempre en los caminos de la vida.

Díselo a tus hijos, Iglesia cuerpo de Cristo: “Ve a lavarte en Siloé”; escucha, cree, comulga.

Díselo con palabras del Apóstol: “despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos”; resucita; “Cristo será tu luz”.

Díselo hasta que se reconozcan ungidos de luz.

Feliz encuentro con Siloé, con El Enviado, con la luz del mundo que es Cristo Jesús.