Una tierra para los pobres

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Vivimos momentos de gran conmoción. Otra guerra ha traído a nuestras casas imágenes de destrucción, se adivina la muerte entre las ruinas de ciudades golpeadas como objetivos militares, y nos asombramos de que la voluntad de un solo hombre pueda en un momento arrojar fuera de la normalidad a millones de personas.

Que nadie me pida distinguir entre buenos y malos: no sabría. Sólo sé que en esa locura hay víctimas y agresores, que unos sufren y otros hacen sufrir, que unos son los asesinados y otros los que asesinan.

Ante la crisis humanitaria que esa guerra trae consigo, Europa abre las fronteras; y, en una semana, por esas fronteras, pasa un millón de personas que huyen de la muerte.

Todos hemos visto que Europa abrió sus fronteras; pero que nadie me pida discernir si se trata de una Europa que se despierta solidaria con los necesitados, o es la Europa aburrida y dormida, cuando no interesada, que tiene la costumbre de ser.

Y en la misma semana, en los mismos días, llega el tornasol que evidencia lo que yo no sabía discernir: la frontera de Melilla deja a la vista de todos las vergüenzas de la Europa de siempre.

Puede que nos obstinemos en ignorarlo, pero en Melilla llegan a nuestras fronteras los que nosotros echamos de sus casas; en Melilla rechazamos sin piedad a hermanos nuestros que huyen de otras guerras, de otros horrores, de otros sin vivir. Y, haciendo el uso siempre criminal de la mentira, en Melilla, a las víctimas, a nuestras víctimas, las pintamos de peligrosos, de violentos, extremadamente violentos, buscando justificar de esa manera la violencia criminal que nosotros ejercemos contra ellos.

He aprendido a no esperar nada de ese poder con que el tentador seduce al hombre. Nada. En la naturaleza de ese poder está oprimir, mentir y matar.

No ha de ser así entre los hijos de Dios, no ha de ser así entre los discípulos de Jesús, no ha de ser así entre los que han entrado con Cristo en la vida de Dios, no ha de ser así para quienes han conocido el amor que es Dios, no ha de ser así para ti, Iglesia cuerpo de Cristo. Tu vocación es servir. Tu ser es amar. Tu misión es la de ser evangelio para las víctimas de todas las violencias.

Y éste es hoy tu camino con Cristo hacia la Pascua: camino con Cristo en los que sufren, con tu Señor en los excluidos, con tu Dios en los calumniados, en los hambrientos, en los desdichados, en los últimos.

Para ellos has de multiplicar tu pan y tu compasión.

A ese templo de Dios que son los pobres has de llevar la cestilla de tus primicias. En ese templo harán tus hijos su confesión de fe: El Señor “nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo, que tú, Señor, me has dado”.

Entramos en esta cuaresma soñando una humanidad nueva, fraterna, humilde, de hombres y mujeres parecidos a Cristo Jesús; soñamos la llegada del reino de Dios, el advenimiento de una tierra para los pobres… soñamos y pedimos… soñamos y construimos… soñamos y trabajamos… y presentamos al Señor nuestra tu cestilla, llena de gratitud para él, llena de pan para los pobres.

Feliz camino con Cristo hasta la vida.